Covid-19: Estrategias gubernamentales comparadas en América Latina

Por Paula Luciana Rojas

Diciembre de 2019, se reportan en Wuhan, China, los primeros casos de neumonías cuya fuente es un virus desconocido. Desde esa fecha los hechos comenzaron a desencadenarse vertiginosamente y para mediados de enero su mortalidad se vuelve evidente comenzando a surgir reportes de personas contagiadas en países vecinos como Japón y Tailandia. En adelante, la propagación del virus se tornaría incontenible hasta llegar a Europa, donde se reportaron los primeros casos en Francia.
Con el correr de los días, la mortalidad del COVID-19 y sus características se agravaron, por lo que las distintas administraciones gubernamentales comenzaron a evaluar estrategias de prevención y contención sanitaria.

En un mundo tan interconectado, América Latina no quedaría afuera de la propagación de este virus. El 26 de febrero, Brasil fue el primer país latinoamericano en reportar un caso de coronavirus,  diagnóstico que en lo sucesivo se iría repitiendo en el resto de los países del continente. La fácil y continúa propagación del virus llevó a que en el período de un mes América Latina acumule más de 6.000 casos confirmados y 88 muertos. A su vez, la percepción de la gravedad de la pandemia ha variado de país en país, como así también las estrategias para afrontarla. Si bien, todos los países tomaron nota de lo sucedido en Europa y Asia, las políticas promulgadas por las distintas administraciones latinoamericanas han variado notablemente.

Algunos países han optado por un discurso moderado de alarma y recomendaciones sanitarias que no se complementaron con medidas formales de prevención, tal ha sido el caso de Brasil y México, donde los respectivos mandatarios han priorizado la actividad  económica por sobre la salud pública. Incluso, haciendo caso omiso a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, tanto el Presidente brasileño Jair Bolsonaro como su homólogo mexicano Andrés Manuel López Obrador han asistido a eventos masivos y dilatado la toma de decisiones restrictivas, situaciones que han ocasionado un gran rechazo a un nivel tal que las calles comienzan a ser testigos del descontento de distintos grupos que advierten con alarma la falta de decisión de sus respectivos mandatarios. También se ha puesto de manifiesto la disconformidad de los gobiernos locales que han comenzado a desmarcarse de las decisiones nacionales a través de la proyección de estrategias sanitarias propias, como es el caso de San Pablo, ciudad motor económico de Brasil, cuyo gobernador decretó unilateralmente la cuarentena.
La situación parece ser más alarmante en Brasil, donde el número de contagiados y muertos va en ascenso alcanzando ya a los 27 Estados del país, sin embargo, su Presidente parece vivir en una realidad paralela alejado de las preocupaciones del resto del mundo y únicamente ha dispuesto, el pasado 19 de marzo, el cierre de las fronteras nacionales terrestres con sus países vecinos (a excepción de Uruguay), ha prohibido la circulación de cruceros turísticos y ha solicitado una distancia prudencial en lugares públicos, medidas que tienen gusto a poco considerando que dos ministros de su gabinete fueron diagnosticados con coronavirus.

Otro caso paradigmático es el de Nicaragua, país que parece desafiar la pandemia manteniendo cierta normalidad. A fines de febrero, el Ministerio de Salud de Nicaragua declaró que en ese país no había ni se declararía cuarentena preventiva, incluso tras confirmase el primer caso positivo en el país, el gobierno convocó a una marcha bajo la consigna “Amor en los tiempos de Covid-19”. Claramente se trata de una “estrategia” poco convencional que contrasta con las recomendaciones de los organismos sanitarios mundiales de evitar reuniones multitudinarias. La situación en este país es tal, que cierta parte de la población empieza a pedirle al gobierno seriedad para afrontar la pandemia, de hecho, estudiantes universitarios contradiciendo a las autoridades han abandonado las aulas para prevenir la propagación del virus. Se trata del accionar irresponsable de un gobierno que no ha suspendido los torneos de fútbol ni clases en ninguno de sus niveles, tampoco ha instado a las autoridades de salud a establecer cuarentena preventiva, ni restricciones a personas que provengan de países donde la OMS reportó brotes de coronavirus, situación que ha llevado a que la Coalición Nacional de Nicaragua, partido opositor, impute al Gobierno de Daniel Ortega ante la Organización Mundial de la Salud por llevar a cabo una política de secretismo y negación frente a la seria amenaza del Covid-19.

Si bien el resto de los países no ejecutaron una estrategia compartida, han tenido como denominador común un responsable tratamiento del asunto. Con un número de infectados y muertos que varía de país en país y con distintas medidas preventivas aplicadas paulatinamente acorde a la expansión del virus en cada territorio, los demás países han optado por una cruda estrategia de contención basada en la suspensión de clases y restricciones de circulación poblacional que con el correr de los días se ha profundizado llegando a la suspensión de vuelos internacionales y nacionales, cierre de fronteras y declaración de Estados de Excepción, incluso en algunos casos como Ecuador también se dispuso el toque de queda. Algo que caracteriza a estos gobiernos, que con sus diferencias emprendieron un diligente tratamiento de la pandemia como es el caso de Chile, Bolivia, Perú, Colombia y Venezuela, es que han recurrido a las fuerzas armadas para garantizar el efectivo cumplimiento de las disposiciones gubernamentales. En este sentido, Argentina es el único país que no ha optado por esta fórmula, ya que si bien el gobierno de Alberto Fernández dispuso medidas restrictivas de aislamiento cuyo incumplimiento traen aparejadas consecuencias penales, el mandatario se ha inclinado por no recurrir aún a la declaración del Estado de Sitio, apelando al raciocinio y la responsabilidad de los ciudadanos argentinos, aunque no se descarta dicha opción a futuro.

Esta situación se volvió un reto para los países de América Latina y sus frágiles sistemas de salud. En Europa, las experiencias de Italia, España y Francia demostraron los alcances que puede llegar a tener la expansión del Covid-19 si esta no es abordada diligentemente y de forma oportuna.
La debilidad estructural de los países de América latina y de sus economías tan diversas podría dificultar la lucha contra el coronavirus en un hipotético caso de colapso del sistema de sanitario, en este marco entran en juego la existencia de liderazgos fuertes dispuestos a extremar las medidas necesarias que puedan implicar una pérdida económica.

En este sentido, la variable económica se vuelve determinante en la ecuación, esta variable han ponderado países como Brasil y México llevándolos a subestimar la relevancia de la pandemia y a priorizar el funcionamiento de sus economías. Esta lectura también fue compartida por los mandatarios de EE.UU y Gran Bretaña, quienes inicialmente desestimaron la mortalidad del virus y emitieron simples recomendaciones a sus ciudadanos, estrategia que con el correr del tiempo debió modificarse ante el avance y la agudización de la enfermedad.

Si bien la variable económica es fundamental, lo cierto es que una hipotética situación de colapso sanitario también tendrá como desenlace pérdidas económicas, peor aún, medidas tomadas tardíamente podrían llevar a que los sistemas de salud sean avasallados y que se agoten los recursos fiscales necesarios para evitar la calamidad social. En definitiva, desestimar la gravedad del asunto podría llevar a un agravamiento de la recesión económica, es decir, conduciría al punto que se pretende evitar.
Así como Estados Unidos y Gran Bretaña viraron su estrategia, México, Brasil y Nicaragua aún están a tiempo de hacerlo e iniciar una comprometida estrategia de contención siguiendo el ejemplo de los países de la región que en el dilema salud-economía optaron por la primera y emprendieron un energético abordaje sensato y atinado.

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