Desglobalización, Argentina y el nuevo orden mundial: entre la crisis y la oportunidad

  1. Panorama global:
    En los últimos años, Estados Unidos vino protagonizando un giro rotundo en su modelo económico y geopolítico. Atrás parece quedar el discurso globalizador que marcó las últimas décadas. De la mano del trumpismo, el país busca reindustrializarse a toda costa, rompiendo con el orden económico que ellos mismos construyeron. Este proceso no sólo tiene consecuencias internas, sino que podría arrastrar al mundo entero a una crisis de magnitudes históricas.
    • a) Aranceles y relocalización industrial
      El primer paso de esta estrategia fue la imposición de aranceles a las importaciones, especialmente a productos chinos. La idea es encarecer lo que viene de afuera para que las empresas vuelvan a producir adentro. Básicamente, buscan relocalizar industrias que hace décadas se fueron a países con mano de obra barata. Esto apunta a reconstruir la base productiva y cortar con la dependencia de cadenas de suministro larguísimas, que generan dependencia de países asiáticos.
    • b) Competitividad vía devaluación y conflicto con la Fed
      Otro eje clave es la idea de devaluar el dólar para volver a ser competitivos a nivel industrial. Pero acá se chocan con la Reserva Federal (la Fed), que es independiente y por ahora no piensa dejar de serlo. Su presidente, Jerome Powell, sigue priorizando controlar la inflación con tasas altas, lo que hace que el dólar esté más fuerte que nunca. Eso tensiona al máximo la relación entre el gobierno y el banco central, un conflicto que no se veía desde hace décadas y que deja al descubierto la interna a cielo abierto del Deep State con Trump en EE.UU.
    • c) Destrucción del sistema financiero global y posible crack
      La apuesta de fondo es aún más fuerte: romper con el sistema financiero global tal como lo conocemos. El trumpismo ve al mundo financiero como una traba para el resurgir industrial del país. En este escenario, Wall Street ya no es aliado, sino un obstáculo a destruir. La lógica es clara: en una eventual guerra global, lo que importa no es cuánto valen tus acciones, sino cuántos tanques, chips, alimentos y bienes básicos podés producir con tu propio mercado interno.
      Esta visión, llevada al extremo, podría desembocar en una crisis financiera global de proporciones. Algunos analistas ya hablan de la posibilidad de un nuevo crack del 29, pero aggiornado al siglo XXI: una caída en cadena de los mercados, pérdida de valor de activos financieros y una recesión global prolongada. Y lo más grave es que esta vez la crisis sería impulsada no por un exceso de confianza del mercado, sino por una decisión política deliberada de dinamitar el sistema.
    • d) Reordenamiento geopolítico: menos Europa, más Rusia
      En este nuevo mapa, Estados Unidos empieza a soltarle la mano a Europa. La Unión Europea, que durante años fue su socio estratégico, ahora es vista como parte del problema. Su economía está muy atada al sudeste asiático, donde se producen los bienes baratos que luego Europa termina vendiendo a EE.UU. El objetivo es simple: debilitar a la UE para forzarla a romper con China, acercarse a Rusia y trasladar parte de su producción industrial al suelo estadounidense.
      Al mismo tiempo, Estados Unidos intenta replicar la vieja jugada de Nixon, pero al revés. Si en los 70 se acercó a China para aislar a la URSS, ahora busca acercarse a Rusia para separarla de China. Todo sea por frenar el avance imparable del bloque euroasiático.
    • e) América del Norte como núcleo de poder
      En este esquema, América del Norte vuelve a ocupar el centro de la escena. No se trata de romper relaciones con México o Canadá, sino de alinearlos bajo una nueva lógica disciplinadora. Canadá es clave por su acceso al Ártico, que se está descongelando y abre nuevas rutas marítimas, además de tener tierras raras esenciales para la transición energética. Lo mismo aplica a Groenlandia, que EE.UU. ya quiso comprar, no por capricho, sino por razones geoestratégicas y militares, ya que es una plataforma rica en tierras raras, gas, petróleo y bien posicionada para abordar militarmente Europa como lo fue en la Segunda Guerra Mundial.
    • f) China como amenaza existencial
      Todo esto no es muestra de fortaleza, sino de debilidad. El temor del establishment norteamericano es que, si el mundo sigue globalizado, China va a ser la superpotencia indiscutida en 20 años. Tiene capacidad de escala (por su tamaño territorial y poblacional), planificación estatal a largo plazo, avances tecnológicos y una economía que crece incluso en contextos adversos. La guerra comercial con China no es un capricho: es una batalla estratégica por la hegemonía del siglo XXI.
    • g) Riesgos globales y consecuencias para el sur
      El problema es que esta estrategia de “romper todo para empezar de nuevo” puede generar un shock brutal. El sistema económico global está hiperconectado y Estados Unidos no es lo que era en el siglo pasado. Ya no tiene el margen para hacer estallar la mesa sin salir herido. Si se rompe la confianza en el dólar, peligra su rol como moneda de reserva mundial. Y si el comercio internacional se desploma, la recesión va a ser global.
      Para América Latina –y en especial para países como Argentina– el panorama es preocupante. Un freno a la economía global implica caída de la demanda de materias primas, baja en los precios de los commodities y que se cortan los flujos de dólares. En nuestro caso, con una crisis de reservas, balanza comercial deficitaria e inflación crónica, el impacto puede ser demoledor.
  1. Panorama local:
    Mientras el mundo entra en una etapa de reordenamiento profundo, con tensiones crecientes entre Estados Unidos y China, guerras comerciales, redefinición de alianzas geopolíticas y una potencial crisis financiera global, Argentina se encuentra en una situación extremadamente vulnerable. Pero no es una sorpresa: llegamos a este punto después de décadas de errores estructurales, crisis repetidas y falta de un proyecto nacional que nos ubique como un actor de peso en el nuevo tablero global.
    • a) La eterna restricción externa y la falta de dólares
      La economía argentina históricamente choca contra la misma piedra: la restricción externa. Sea por la necesidad de importar insumos industriales que no producimos, o por mantener un nivel de consumo a base de importaciones, siempre terminamos necesitando más dólares de los que generamos. La escasez de divisas nos obliga a endeudarnos o ajustar, y así sucesivamente en ciclos que se repiten.
      Sumado a eso, tenemos una industria poco competitiva, con problemas estructurales, costos logísticos altísimos, falta de inversión en tecnología y una inserción internacional limitada. Producimos poco, caro, estamos lejos geográficamente hablando, y lo poco que vendemos al mundo es mayormente del agro, hidrocarburos o minería, con bajo valor agregado.
    • b) Desindustrialización y dependencia del campo
      Desde mediados de los años 70’, Argentina inició un proceso sostenido de desindustrialización. La apertura comercial, el endeudamiento externo, la dictadura cívico-militar, el neoliberalismo de los 90’ y la falta de políticas de Estado que prioricen la producción con valor agregado fueron minando la base industrial del país. Esto generó una estructura económica desequilibrada, donde el peso relativo del sector industrial fue retrocediendo mientras se fortalecía el complejo agroexportador.
      Hoy por hoy, hemos logrado construir un sector agrario muy competitivo—si no el más competitivo del mundo—, con niveles de eficiencia altísimos y una fuerte incorporación de tecnología. También contamos con un sector agroindustrial decente, que transforma parte de esa producción primaria, genera empleo y divisas, y podría escalar muchísimo más. Sin embargo, la dependencia estructural de los commodities representa una debilidad enorme: cuando los precios internacionales bajan, toda la economía argentina entra en crisis. Y si no hay una diversificación de los bienes y servicios que le vendemos al mundo, para abastecer también a una industria nacional fuerte, volveremos siempre al mismo ciclo de crecimiento espasmódico y colapso financiero.
      Lo mismo ocurre con los hidrocarburos: apostar todo a Vaca Muerta sin un proyecto de industrialización, de encadenamiento productivo y de desarrollo tecnológico local es repetir el mismo error con otra materia prima.
      La falta de un modelo que combine campo e industria, producción y conocimiento, exportaciones con valor agregado e integración territorial, nos condena a una economía fragmentada, vulnerable y con baja capacidad de respuesta ante las crisis internacionales.
    • c) Falta de consenso y de estrategia nacional
      Argentina no logra construir un consenso político básico que permita pensar un rumbo a largo plazo. Vivimos de volantazos. Cambia el gobierno y cambia todo: la política económica, la fiscal, la monetaria, la exterior. No hay un proyecto que nos englobe como sociedad, ni una visión de cómo integrarnos inteligentemente en el nuevo orden mundial que se está gestando. Cada bloque económico grande—EE.UU., China, Rusia, Europa—está acomodando sus fichas. Y nosotros ni siquiera decidimos a qué juego queremos jugar.
    • d) Infraestructura, integración y visión regional
      Nuestro territorio es enorme, pero está mal conectado. No hay infraestructura que integre las distintas regiones con lógica productiva. Ni rutas, ni canales, ni trenes, ni energía barata ni planificación logística. Sin eso, no hay cadena de valor posible, ni posibilidad de bajar los costos ni de escalar producción. La falta de integración regional—tanto hacia adentro del país como con el resto de América Latina—también nos deja aislados, sin poder negociar desde una posición de fuerza.
    • e) Una economía mediana sin rumbo global
      Argentina tiene población mediana, nivel tecnológico medio y una gran extensión territorial. No somos ni un país chico ni uno irrelevante en el tablero global. Pero nos comportamos como si no tuviéramos ningún peso. La incapacidad de construir un proyecto nacional nos condena a mirar el mundo desde la platea mientras los que juegan se reparten el poder. Y eso en un contexto de guerra económica global es un error histórico imperdonable para la dirigencia nacional.
    • f) Milei, la herencia y el ajuste
      El presidente Javier Milei recibió una de las herencias económicas más complejas de la historia argentina reciente: pobreza por encima del 50%, inflación descontrolada, reservas netas negativas, una deuda creciente y una economía estancada que venía de dos gestiones desastrosas—la de Mauricio Macri y la de Alberto Fernández—, ambas con recetas económicas inconsistentes.
      El nuevo gobierno asumió con un diagnóstico claro: el Estado gasta más de lo que tiene y debe ajustar brutalmente para estabilizar la macroeconomía. Bajo esa lógica, se recortaron jubilaciones, transferencias a provincias, salarios públicos e inversión en infraestructura, provocando una recesión profunda. El gobierno apostó todo a la llamada “ancla fiscal” y a frenar la emisión monetaria, con la expectativa de que eso domaría la inflación.
      Pero el esquema monetario-cambiario aplicado es insostenible. El Banco Central sostuvo el tipo de cambio oficial mediante microdevaluaciones—el llamado crawling peg—a un ritmo del 3% mensual (muy por debajo de la inflación real), y cepo, lo que generó una apreciación fuerte del peso en términos reales. Es decir, el dólar oficial se mantuvo “planchado” mientras los precios seguían subiendo, encareciendo artificialmente al peso. Esto abrió la puerta a un esquema de carry trade, donde los capitales especulativos ingresan al país para aprovechar tasas de interés altísimas que no existen en casi ningún país del mundo y se financian con instrumentos del Banco Central que terminan generando una bomba de tiempo.
      Simultáneamente, el gobierno intervino en los dólares financieros para evitar una corrida cambiaria, utilizando reservas que había logrado recomponer—en parte gracias al blanqueo de capitales por más de 20 mil millones de dólares—pero que se fueron consumiendo velozmente. Hoy, el mercado no cree en la sostenibilidad de este esquema: no hay reservas suficientes para sostener el tipo de cambio, las exportaciones caen por la pérdida de competitividad y los importadores presionan porque el dólar barato genera un boom de compras externas, mientras el sector productivo se paraliza.
      Todo esto genera un clima de alta expectativa de devaluación, donde el mercado ya da por sentado que el gobierno deberá corregir el tipo de cambio más temprano que tarde. Si esa corrección llega sin un plan consistente ni contención social, puede detonar una nueva espiral inflacionaria que pondría en crisis al gobierno y agravaría aún más el malestar general.
      Milei apuesta a que, tras el “sacrificio inicial”, llegará un rebote económico que le permita consolidar su modelo. Pero por ahora, el plan económico es inconsistente y precario, y depende demasiado de factores externos como los precios internacionales, el clima político y la tolerancia social a la recesión.
    • g) El espejismo de estabilidad y la amenaza inflacionaria
      Milei logró en los primeros meses contener momentáneamente la inflación gracias a un freno abrupto del gasto, del crédito, la oferta monetaria y un tipo de cambio fijo. Pero eso no significa que haya estabilizado la economía. Lo que hizo fue patear el problema. El crawling peg por debajo de la inflación genera expectativas de salto cambiario, y si el mercado no le cree al programa, la presión sobre el dólar puede reactivarse con fuerza, trayendo más inflación, más pobreza y más malestar social.
    • h) Y ahora, ¿Quién paga la fiesta?
      En un mundo que se encamina a una desaceleración económica global, con un flujo de dólares comerciales en caída por el freno de la industria mundial y las tensiones entre grandes potencias, la pregunta es inevitable: ¿quién va a pagar la fiesta? Con el comercio exterior en baja, la escasez de divisas se agudiza. Y si no exportamos más, no entra un mango. Sin dólares, no hay estabilidad posible. Argentina corre el riesgo de quedarse sin reservas, sin financiamiento externo y con una economía paralizada.
    • i) Milei: un globalizador en un mundo que se desglobaliza
      El presidente Javier Milei se presenta como un defensor a ultranza del libre comercio, del mercado sin restricciones, de la apertura total al mundo. Su modelo es el de una Argentina inserta en un sistema globalizado, con mínimas regulaciones y compitiendo “de igual a igual” en un mercado internacional supuestamente libre.
      Pero el problema es que ese mundo ya no existe. El escenario global está girando en la dirección opuesta. Las grandes potencias están relocalizando industrias, redefiniendo cadenas de suministro, aplicando aranceles, protegiendo sectores estratégicos y volviendo a mirar hacia adentro. Estados Unidos impone barreras comerciales, Europa discute su soberanía industrial, China planifica a 30 años. Nadie está jugando al libre mercado, sólo los nostálgicos del viejo orden que sufren ante un mundo que ya no existe. La globalización que Milei quiere abrazar está muerta o, al menos, en terapia intensiva.
      En ese contexto, querer abrir la economía sin planificación, sin protección inteligente, sin industria nacional fortalecida, es condenarse a ser un proveedor de materias primas—barato, dependiente, periférico y empobrecido por las siguientes décadas. No sólo es inviable: es anacrónico. Y peligroso.
    • j) La oportunidad histórica detrás del caos
      Ahora bien, dentro de toda esta crisis global también hay una ventana de oportunidad. El mundo se está reordenando. Los bloques se redefinen, las alianzas cambian, los modelos productivos se replantean. En medio de ese caos, hay espacio para que países intermedios, con recursos estratégicos, capacidad productiva y visión política, encuentren un nuevo lugar.
      Argentina tiene con qué: recursos naturales, territorio, tecnología, industria, universidades, ciencia, talento humano. Lo que no tiene—y necesita desesperadamente—es un proyecto nacional que nos una puertas adentro y nos posicione puertas afuera. Un acuerdo de base que defina qué queremos producir, para quién, con qué tecnologías, en qué condiciones, y cómo nos insertamos en el mundo desde una lógica de soberanía, valor agregado e integración regional.
      Si logramos sintetizar nuestras diferencias internas en un consenso productivo y estratégico, podemos dejar de correr atrás de los acontecimientos y empezar a escribir nuestro propio capítulo en el nuevo orden mundial. No para volver a ser una potencia—eso es relato—,pero sí para dejar de ser un país sin rumbo. Argentina tiene una historia, una identidad y un potencial que no pueden desperdiciarse.
  1. Conclusión: atrapados entre la tormenta global y nuestro propio laberinto
    Lo que estamos viendo no es sólo una pelea interna en Estados Unidos ni una disputa con China. Es el intento de cambiar las reglas del juego global. Y como toda gran transformación, trae consigo riesgos enormes, tanto para ellos como para el resto del mundo. En el medio, países como el nuestro tienen que hacer malabares para no quedar aplastados entre dos gigantes que están dispuestos a todo por no perder el poder.Argentina enfrenta uno de los momentos más críticos de su historia reciente. Pero no sólo por Milei, ni por Macri, ni por Alberto. Es el resultado de décadas de falta de estrategia, dependencia externa, desindustrialización, fragmentación política y ausencia de un proyecto nacional. Y ahora, en medio de una tormenta geopolítica global, corremos el riesgo de ser arrastrados por una ola que no provocamos, pero para la cual no estamos preparados.Mientras el mundo se rearma, redefine cadenas de suministro, cambia el rol del dólar y se fragmenta en bloques productivos, los argentinos seguimos discutiendo entre nosotros y señalando culpable sin marcar un camino. En lugar de pelear por un lugar en el nuevo orden mundial, discutimos para adentro cómo sobrevivir al caos. Pero si no nos ponemos de acuerdo, si no construimos un modelo propio de desarrollo con integración regional, infraestructura productiva y visión global, la historia no nos va a esperar. Y como ya tantas veces nos pasó, nos vamos a quedar viendo cómo los demás escriben las reglas mientras nos amoldamos a las necesidades del resto de actores. El mundo tampoco nos va a esperar. Los dólares no llueven más. La fiesta se terminó. O aprovechamos esta coyuntura para sentarnos en la mesa de los que deciden, o seguiremos siendo el postre amargo de una globalización que ya ni siquiera existe.

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