Generación distribuida ¿Cambio de paradigma?
Por Juan Ruano
Introducción
Desde el descubrimiento de la corriente alterna o más particularmente de los transformadores de potencia, a fines del siglo XIX y principios del XX, la generación y distribución de la energía eléctrica se ha construido a lo largo del mundo con un mismo formato: el de los Sistemas Eléctricos de Potencia. En estos podemos diferenciar tres partes bien marcadas: las centrales de generación de la energía, las redes de transmisión-distribución y los centros de consumo. Así, contamos hoy en día con sistemas ramificados que comienzan en pocas centrales eléctricas y terminan en miles o millones de hogares, comercios y fábricas.
Las centrales generadoras, cabeza de un sistema ramificado, se ubican generalmente alejadas de los lugares donde se consume la energía. Lo que viene dado por factores económicos, medioambientales, de seguridad o logísticos. Por ejemplo, las centrales térmicas se ubican alejadas de las zonas residenciales por la contaminación atmosférica, las centrales nucleares por cuestiones de seguridad se ubican en zonas con baja densidad poblacional y las centrales hidroeléctricas necesariamente se ubican sobre grandes cauces de agua. Es así que las redes de transferencia y distribución son necesariamente extensas, lo que acarrea grandes pérdidas en el transporte de la energía. En nuestro país, que no se caracteriza por abarcar una superficie pequeña, esta pérdida representa 15% de la energía producida (2014) [1].
En las últimas décadas el consumo eléctrico a lo largo del mundo se ha incrementado constantemente. En nuestro país tuvo su correlato a una tasa anual promedio del 3,04% (entre 1971 y 2014) [2] .El constante aumento conlleva un gran desafío estructural para los sistemas eléctricos nacionales, los cuales deben continuamente incrementar su capacidad al ritmo de la demanda. En la década del 90 esta problemática fue derivada al sector privado, parte de un proceso de achicamiento del estado y sus responsabilidades. Hoy es naturalizada la incapacidad de nuestro sistema interconectado nacional de satisfacer la demanda en sus picos más altos. Situación que hasta no hace mucho se visualizaba en los meses de calor y actualmente también se da en épocas de frio.
Al marco descripto se suma un contexto en el que las sociedades reclaman a los estados la toma de acciones que conduzcan al abandono de los combustibles fósiles por sus ya conocidos perjuicios al medioambiente. En este sentido, la Ley Nacional N° 27.191 se pone como objetivo “lograr una contribución de las fuentes renovables de energía hasta alcanzar el veinte por ciento (20%) del consumo de energía eléctrica nacional al 31 de diciembre de 2025” y brinda diversidad de motivaciones económicas al desarrollo de proyectos que aporten a cumplir dicho objetivo. Para Junio del 2020 este porcentaje alcanzó el 8% [3], objetivo que la misma ley se proponía alcanzar para 2017 y alcanzó en 2019 luego de tener un aumento anual de 133.2% [4]. Esto fue logrado por el interés del capital nacional e internacional de invertir en nuestro país en grandes proyectos de generación de energía eléctrica a partir de recursos renovables, principalmente eólicas.