Los oráculos son inútiles
Por Santiago Toffoli
Desde que asumió la presidencia de los Estados Unidos en 2016, Donald Trump le imprimió a su administración una impronta de imprevisibilidad importante, incluso al interior de los sectores de poder norteamericanos. En los márgenes del arquetipo del presidente republicano, Trump ha elegido la polarización al interior de sus fronteras y la salida del libreto en la política exterior para redefinir el papel de los Estados Unidos de cara a los próximos años. Esto se da en un contexto particular e inédito: desde que se afianzó como primera potencia mundial con el colapso de la URSS, hoy asistimos al primer desafío serio a la primacía norteamericana a nivel global.
Cambio de esquemas
Una de las características principales de la Administración Trump es que ha apostado por llevar los hilos del poder por fuera de los consensos bipartidarios que han dominado la política norteamericana durante décadas. El sistema político estadounidense ha sido caracterizado incontables veces como “un país en el que gobiernan dos alas de un mismo partido”. Con grandes acuerdos ‘en lo macro’ y con diferencias en cuestiones más específicas, los sectores tradicionalmente dominantes de los partidos demócrata y republicano se han ido alternando en el poder. Trump irrumpió en la Casa Blanca como un outsider, con la promesa de volver a priorizar los intereses de los estadounidenses por sobre los del resto del mundo.
Hoy existe un grado de polarización fuerte en los EE.UU. El Partido Demócrata no solo impulsó sin eufemismos el juicio político al presidente, a partir del escándalo con la suspensión de ayuda militar a Ucrania, sino que no acompaña ni una de las iniciativas que el Ejecutivo toma al interior de sus fronteras. En el último discurso del Estado de la Unión, Trump solo recibió aplausos de los demócratas cuando le dio la bienvenida al jefe opositor venezolano, Juan Guaidó.
Las bases electorales que acompañan a Donald Trump y que forman su bloque social de poder tienen una importante ligazón con los trabajadores industriales y con sectores sociales que provienen de una matriz más derechizada que la que suele acompañar a los mandatarios estadounidenses. Los supremacistas blancos, el lobby armamentista, y los anti inmigrantes brindan hoy un fuerte apoyo al presidente, mucho mayor que al que eventualmente podían otorgarle a otros presidentes republicanos, como a ambos Bush.
Quizás por estas razones también se vio un corrimiento de las posiciones en el Partido Demócrata. Si bien el sector más tradicionalista termino imponiéndose en la interna partidaria, dándole la candidatura presidencial al ex vicepresidente de Barack Obama, Joe Biden, los cuadros de la “izquierda” demócrata han logrado una visibilidad que antes no ostentaban. Más allá de lo cerca que estuvo Bernie Sanders de lograr la nominación, hay figuras al interior del partido opositor que realizan planteos sobre algunos temas que hubiesen sido imposibles de escuchar hasta hace pocos años, como por ejemplo Alexandria Ocasio – Cortez o Elizabeth Warren.
Ruptura de los consensos, corrimiento en el espectro ideológico y falta de acuerdos generales pueden constituirse como 3 características de la realidad política norteamericana de hoy.
Un amigo menos
La principal aliada de los planes de reelección de Donald Trump era la economía. En 2018, el presidente anunció el inicio de una nueva “era dorada” cuando la industria petrolera estadounidense se convirtió en la mayor productora de petróleo crudo del mundo. Las cifras de empleo, que venían mejorando desde el final del mandato de Obama, le permitían al presidente afirmar que sus promesas de campaña iban camino a ser cumplidas.
El coronavirus le arruinó esa narrativa. En 4 semanas, más de 20 millones de estadounidenses iniciaron los trámites para recibir el seguro de desempleo. La situación de hace algunos años, donde el presidente soñaba terminar su primer mandato con cifras cercanas al pleno empleo, ha cambiado por completo.
Por otra parte, Trump es la persona encargada de encarar una nueva crisis sistémica desatada por la pandemia, en donde comienzan a cuestionarse algunas características estructurales de la realidad norteamericana, siendo la falta de acceso a la salud publica la más acuciante en estos momentos de zozobra por el avance imparable del coronavirus.
A raíz de esta crisis, Trump no solo tiene que encontrar la forma de resolver la encrucijada entre el freno al virus y la reactivación económica, sino que también es la cara visible de un Estado que sigue siendo débil frente a algunos segmentos del mercado y un obstáculo para la conquista de derechos de miles de personas al interior de sus fronteras.
Incógnitas hacia afuera
El mundo se acostumbró rápidamente a los planteos sorpresivos que Trump hizo en cuanto a la política exterior. Un constante desprecio por los esquemas multilaterales que Estados Unidos diseñó, impulsó y construyó por más de 50 años da cuenta de la forma de negociar que tiene el presidente norteamericano. Instituciones como OTAN, OMS, ONU, los acuerdos importantes como el climático de París, el nuclear con Irán o los comerciales que buscaban crear áreas de libre comercio transatlánticas y transpacíficas, fueron cuestionados, paralizados y saboteados por el gobierno de Estados Unidos.
El desafío abierto a la hegemonía norteamericana que proviene de la República Popular China es contrarrestado por una estrategia de ‘desglobalización’ por parte de EE.UU. Fundamentalmente porque la continuidad de la posición de liderazgo que asumió hace unos 30 años es la principal culpable, en opinión del presidente, de los problemas que el país tiene actualmente.
Algunos países siguen siendo ininterrumpidamente hostigados por los Estados Unidos, fundamentalmente en los terrenos económico y diplomático. Quizás en estos últimos años se vio un ensañamiento particular con Irán y Venezuela, más allá de dinamitar los puentes que Obama había creado con Cuba y un inédito ‘tire y afloje’ con Corea del Norte. El alejamiento parcial de Europa y rápido alineamiento de las derechas latinoamericanas son otros dos ejes que pueden verse de la política exterior, que preservó solamente un esquema multilateral, ya que sigue siéndole útil para sus objetivos particulares: la Organización de Estados Americanos.
La manera de negociar que tiene Trump da pocas pistas sobre cómo puede llegar a moverse en el ajedrez internacional de aquí en adelante, fundamentalmente si en noviembre logra la reelección. Muchas veces sacó los pies del plato, como en los Acuerdos de París. Otras veces ha disparado primero y preguntado después, como sucedió con el General Suleimani. En otras ocasiones, amenazó con responder duramente y finalmente terminó acercándose, como sucedió con Kim Jong Un. A veces, solo se queda en lo discursivo y en la práctica no hace nada, como por ejemplo los cuestionamientos al financiamiento de la OTAN. Pero a veces sí, como pasó con la OMS en plena pandemia.
En la política exterior es donde más puede verse el carácter imprevisible que tiene la Administración Trump para manejar los hilos del poder.
Conclusiones
La creciente polarización política al interior de Estados Unidos y las complicaciones económicas inesperadas que se desataron por la crisis del coronavirus ahora colocan un manto de incertidumbre sobre el futuro a corto plazo de la todavía principal potencia mundial. A mediano y largo plazo, mucho más.
Es una incógnita saber si finalmente el presidente se verá obligado a impulsar ciertas reformas a partir de las críticas que el actual sistema va a recibir a partir de la grave situación que su país está atravesando por la pandemia.
Esto solo acelera algunas tendencias que ya estaban presentes en la forma que tiene Trump de moverse en el tablero internacional. El impulso desglobalizador y el carácter impredecible de llevar adelante las negociaciones se han profundizado desde que el virus comenzó a cambiar el mundo desde hace algunos meses.
El tiempo tendrá algunas respuestas. Cuando la pandemia haya sido medianamente controlada, y cuando el calendario electoral, que es el verdadero desvelo de Trump, haya pasado, podremos ver cuáles son las nuevas iniciativas que se piensan al interior del poder en los Estados Unidos para enfrentar el primer cuestionamiento serio a su hegemonía desde fines del siglo pasado.