Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer
Por Agustín Aloni
A un año del Golpe de Estado realizado en Bolivia por parte de distintos sectores políticos, con connivencia de la policía y el ejército, contra el gobierno electo en primera vuelta de Evo Morales, se realizaron nuevas elecciones para recuperar el proceso democrático. El resultado fue contundente, el Movimiento al Socialismo ganó con el 55% de los votos (el conteo definitivo finalizó el viernes) con una diferencia de más de 20 puntos sobre la segunda fuerza representada por Carlos Mesa. La cita de Álvaro García Linera que se presenta como título tiene más vigencia que nunca para reflexionar lo acontecido en Bolivia el último domingo.
Aún está fresco en la memoria el Golpe llevado adelante bajo el argumento de fraude electoral en función del retraso en la carga del resultado, sumado a la falta de transparencia en algunos centros de votación. Ese rechazo al resultado por parte de los opositores al gobierno masista fue avalado por la misión de observación de la OEA y por el secretario general Luis Almagro que, comprometiéndose a título personal y en nombre de la organización, exigió un nuevo llamado a elecciones. Más allá de que Evo Morales aceptó realizar nuevos comicios para evitar una escalada de conflictividad, los sectores golpistas ya estaban movilizados y el golpe estaba consumado. Evo debió exiliarse junto a su vice Álvaro García Linera para sobrevivir con ayuda de México y Argentina. Los sucesos de octubre de 2019 dejaban un gobierno de facto con una presidenta autoproclamada, Jeanine Áñez, persecuciones políticas a líderes del MAS y dos masacres en Senkata y Sacaba producto de la represión policial a las movilizaciones sociales en rechazo al Golpe.
Sin embargo, desde ese día el MAS llevó adelante un proceso de renovación, nada fácil para una coalición heterogénea, para recuperar el poder. Construyó consensos en torno a una nueva fórmula presidencial de unidad, Evo Morales cumplió un rol importante en generar acuerdos internos, a partir de un proceso de selección participativo que desembocó en las figuras de Luis Arce y David Choquehuanca. Se puede decir que el golpe generó una cohesión y una construcción de sentido interno del partido para resolver sus contradicciones y salir a disputar la elección. Además, una mala gestión de la pandemia, tanto sanitaria como económica por parte del gobierno de Áñez, casos de corrupción de la gestión autoproclamada, sumado a la incapacidad de los sectores opositores de generar una unidad, fueron elementos que sumaron a la recuperación del MAS de cara a la campaña electoral.
Renovarse para vencer
Los números son claros. De un año a otro el MAS mejoró su actuación electoral por casi 10 puntos (alrededor de 500 mil votos más). Esto no solo se explica por su base electoral anclada en los sectores populares, que nuclea a las identidades indígenas y las organizaciones campesinas, sindicales y sociales, sino también por una fuerte recuperación del voto urbano de las clases medias. Estas, tal vez se habían desencantado los últimos años pero que encontraron en la figura de Arce, como gestor del milagro boliviano de crecimiento y distribución económico, la recuperación de sus niveles económicos comprometidos por los efectos de la política económica del gobierno autoproclamado y de los efectos de la pandemia.
El resultado apabullante sobre el resto de las fuerzas políticas llevó a los principales detractores del MAS a reconocer la derrota y una verdad a la cual se deben acostumbrar: el Movimiento al Socialismo es la única fuerza política que no solo posee un carácter popular y masivo, sino que se constituyó en una estructura partidaria consolidada que puede ganar, gestionar, mantener el poder y renovarse. A diferencia del MAS, el resto de los espacios políticos presentes en la contienda podrían caracterizarse como representaciones sectoriales o regionales, con fuerte impronta de sectores concentrados, con capital pero con poca estructuras de base territorial. Se puede observar en el mapa el carácter regional de las oposiciones en el oriente y la consolidación masista. Así, Como ha dicho García Linera el MAS es la única fuerza que propone un proyecto económico, estatal y social que construye un horizonte predictivo para el pueblo boliviano.
Si el masismo ha construido una épica popular a partir de procesos como la Guerra del Agua y del Gas, la victoria electoral de 2005, la sanción de la Constitución del Estado Plurinacional, esta victoria constituye un nuevo hito en la historia del movimiento popular en Bolivia. Un parte aguas que materializa la resolución de una de las principales críticas de las derechas latinoamericanas para con los gobiernos progresistas: no superar la etapa de los y las líderes populares.
Habrá que observar qué depara el futuro pero no deja de verse algo de justicia poética: el Golpe de Estado llevado adelante en 2019 no hizo otra cosa que consolidar la unidad del movimiento popular boliviano. En todo caso, el problema del nuevo gobierno estará en la gobernabilidad que pueda construir frente a sectores que probablemente se retraigan por la derrota, pero que no van dejar de estarán esperando su oportunidad; la relación con las fuerzas policiales y militares, las cuales tuvieron un rol clave en el Golpe y sus autores intelectuales aún mantienen sus cargos; y la respuesta a los problemas económicos, sociales y sanitarios que la pandemia y la gestión del gobierno golpista generaron.
El gran perdedor
Una sección aparte se merece el rol jugado por la Organización de Estados Americanos (OEA) en los sucesos del último año en Bolivia. Con una intencionalidad pocas veces vista en las décadas recientes, tuvo un rol determinante en el Golpe de Estado de 2019 bajo la figura de misión de observación electoral. Potenciada en la figura de su Secretario General Luis Almagro, la organización cuestionó el resultado electoral que le dio la victoria en primera vuelta a Evo Morales, argumentando el fraude y la poca transparencia del proceso electoral y de las mesas escrutadas por la paralización de la carga de datos del conteo rápido. Informe electoral que se demoró 45 días en publicarse cuando el Golpe ya se había consumado.
Un año después, no solo el conteo rápido no fue habilitado por parte del Tribunal Supremo Electoral, sino que existió una demora de 6 horas en la publicación de los datos de boca de urna. A la vez, los centros de votación que fueron cuestionados en el informe de la OEA, considerados como fraudulentos, mostraron una actuación del MAS similar o inclusive mejor, en comparación con las elecciones de este año. Ninguno de estos elementos fue cuestionado por la OEA, que solo ensayó una felicitación a la fórmula ganadora y reconoció la validez del proceso electoral.
La clara intencionalidad de Almagro y la OEA en la desestabilización en Bolivia, que no tuvo otro perjudicado que el pueblo boliviano, ha sido fuertemente cuestionada no solo por el nuevo presidente electo sino también por distintos países de la región. Clara fue la posición de México en la Asamblea General de la OEA con posterioridad al resultado por la cual le sugirió al Secretario General “Luis Almagro someterse a un proceso de autocrítica a partir de sus acciones en contra de la Carta de la OEA y por lastimar la democracia de Bolivia, para determinar si aún cuenta con la autoridad moral necesaria para encabezar esta organización”.
Almagro, recientemente reelecto, cuenta con 5 años más de gestión. Aun así, por los sucesos en Bolivia, cuanta con poca legitimidad para conducir la organización, ya que cualquier acción de su parte va a generar suspicacias en algunos Estados de la región que encuentran una mirada sesgada y tendenciosa de su parte, lo que podría dificultar la construcción de acuerdos regionales de cara a una realidad que los necesita.
¿Qué deparará el camino?
En cuanto a la región y que mapa se configura, sin duda la victoria y la consolidación de un nuevo gobierno del MAS es un soplo de aire fresco para los gobiernos progresistas de la región, principalmente para Argentina y México que tuvieron un rol importante en el asilo de Evo Morales, García Linera y demás dirigentes que debieron escapar de Bolivia por las persecuciones. En este sentido, queda por verse si es posible consolidar un eje Buenos Aires-La Paz-Ciudad de México, pero sin duda es positivo de cara a la construcción de una agenda común.
Más allá de la posible alianza, no deja de ser necesario superar barreras ideológicas en la región para recuperar espacios de concertación y cooperación política que permitan abordar las problemáticas comunes que nos atraviesan. Si bien hay figuras presidenciales que se posicionan a los extremos y dificultan estos procesos, hay que recordar que un proceso como UNASUR contenía a todos los países de la región y eso no evitaba generar acuerdos. Tal vez la respuesta no sea abrazar la nostalgia de esos momentos de mayor concertación para empezar a desandar los caminos necesarios que permitan recuperarlos.
Con la OEA deslegitimada, la CELAC (México tiene la presidencia pro témpore) se constituye un proceso que puede revitalizarse. Sin duda, la respuesta a los desafíos presentes y futuros requieren la articulación por arriba y por abajo de los Estados Latinoamericanos, más allá de las variables personales de quienes se sientan en la mesa.