Libia: nueve años de guerra
Por Juan Manuel Cabrera y Juan Manuel Carisimo Struck
En el año 2011, Libia saltó a las primeras planas internacionales: las imágenes de los combates entre las fuerzas rebeldes y las del coronel Muammar Gadafi llegaban a los noticieros de todo el mundo. En ellos se veía una violencia desmesurada que había sumergido al país con el Índice de Desarrollo Humano más alto de África en una cruenta guerra civil. Las imágenes del asesinato de Gadafi son una muestra clara sobre lo que terminó siendo la “Primavera árabe” en Libia.
Hoy, a nueve años, de esa erupción incontrolada de brutalidad y odio entre compatriotas, Libia sigue siendo un polvorín, donde diversas tribus, clanes y grupos armados se debaten el poder. ¿Cómo se llegó a esta situación? ¿Por qué la Libia revolucionaria de Gadafi tuvo ese final? ¿Quiénes son los personajes y actores que se disputan el poder y la riqueza de esta nación? ¿Cuál ha sido el papel de las potencias regionales y extrarregionales en la destrucción de Libia y que rol juegan en la actual lucha? En este artículo se buscaran responder algunas de estas preguntas de manera pormenorizada.
La Libia de Gadafi
Para comprender bien la historia y la situación actual de Libia, primero hay que conocer la situación geográfica de este país africano.
Libia es el más oriental de los países de la región del Magreb. Tiene una superficie de 1.750 millones de kilómetros cuadrados y una población de cerca de 6 millones de habitantes. El desierto del Sáhara ocupa la mayor parte del territorio libio, motivo por el cual prácticamente toda la población se concentra en la franja costera del norte, aunque en la zona sur viven importantes poblaciones nómadas. A su vez el país está dividido en tres grandes zonas: la Tripolitania (en el Occidente), la Cirenaica (en el Oriente) y Fezzan (que ocupa toda la región sur). A la hora de hablar de recursos naturales, Libia se destaca por tener una de las mayores reservas de petróleo del mundo.
Es en este país, tan inhóspito pero con grandes recursos energéticos, donde gobernó durante casi cuarenta años el coronel Muamar Muhamad Abu-minyar Gadafi. La historia de la Libia gadafista comienza el 1 de septiembre de 1969. Ese día un grupo de jóvenes oficiales nacionalistas derrocó al entonces rey Idris. Estos militares, imbuidos en ideas socialistas, estaban encabezados por Gadafi que, con sólo 27 años, se convirtió en el “Gran Líder” de Libia. Ante la falta de un Estado consolidado que organizara a las diversas tribus libias, a partir de 1973, Gadafi implementó como estrategia la creación de congresos populares de base, funcionando a su vez los comités revolucionarios, que dieron origen finalmente a la proclamación de la Yamahiriya —palabra utilizada para designar el poder directo de las masas— sin ninguna institución intermedia que limitara el supuesto poder del pueblo. A cambio de otorgarles importantes cuotas de libertad, estos comités revolucionarios actuaban como instrumentos de represión y control. Este sistema de gobierno, junto con la nacionalización de la actividad petrolífera, le permitió a Gadafi asegurarle a su gobierno una estabilidad pocas veces vista en la historia de Libia. Esta estabilidad era producto también en gran medida del tipo de economía que tenía el país, la Libia de Gadafi pertenecía a la categoría de los llamados “Estados rentistas”, es decir, los Estados cuya economía depende en buena parte de la renta exterior derivada del petróleo, la cual es distribuida por el Estado a la población. Aún hoy el petróleo sigue representando un 70% del PIB libio, más del 95% de las exportaciones y cerca de un 90% de los ingresos del país.
Sin embargo, hay que agregar que el Estado gadafista no superó una de las grandes dificultades para la consolidación de una estructura estatal estable en Libia: el predominio de los lazos e intereses clánicos y tribales. En este sentido, Libia estaba compuesta por al menos 150 clanes distintos, cuyos modos de vida y estructuras tribales fueron un patrón predominante en la historia del país desde mucho antes de su independencia. La pertenencia a diferentes tribus produjo un alto nivel de fragmentación que acompañó las diferencias sociales vinculadas a la educación y la calidad de vida. El gobierno de Gadafi se opuso a la influencia ejercida por estos clanes en los asuntos políticos del país y buscó debilitar las lealtades tribales existentes y destruir sus organizaciones. Sin embargo, pese a los esfuerzos del régimen, los valores ideológicos promovidos por el gobierno nunca tuvieron el mismo peso que los lazos tribales y de sangre.
La “Primavera árabe” y la intervención de Occidente
El estallido de la “Primavera árabe” marcaría el comienzo del fin para el gobierno de Gadafi. Cuando la ola de protestas, que habían comenzado en Túnez y seguido en Egipto, llegó a Libia en febrero de 2011 la lucha por el poder entre los distintos clanes estallaría.
La región de Cirenaica fue históricamente el principal bastión de la oposición al régimen dentro de Libia. Y sería Bengazi, la ciudad más poblada de esta región, el epicentro de las protestas anti gadafistas, donde se producirían las primeras deserciones en las fuerzas armadas y donde la oposición se asentaría para dirigir la guerra contra las fuerzas leales a Gadafi. La represión que el gobierno de este hizo contra los opositores le permitió a los rebeldes posicionarse como las víctimas de un régimen sanguinario y justificar así la intervención de las potencias occidentales.
Un mes más tarde del inicio de las protestas, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CS) tomaría una decisión que resultó trascendental. El 17 de marzo de 2011 el CS emitió la Resolución 1973 que llamaba al cese al fuego al interior de Libia y decretaba la clausura del espacio aéreo libio con la única excepción de que fuese utilizado para ayuda humanitaria y protección de civiles. Asimismo se contemplaba que para lograr este fin era válido el uso de todos los medios necesarios y autorizaba a los Estados miembros de la organización a actuar de forma unilateral o multilateral bajo el marco de otras organizaciones internacionales. La resolución contó con el apoyo de la Liga Árabe y de la Unión Africana a la vez que sus principales promotores fueron Francia, Estados Unidos y el Reino Unido, quienes finalmente lograron cerrar el espacio aéreo libio para luego atacar objetivos militares del gobierno. China y Rusia, en calidad de miembros permanentes del CS, se abstuvieron.
A partir de entonces, Gadafi se encontró acorralado ya que la principal ventaja que poseía sobre los manifestantes era la posesión de aviones con los que sofocaba la rebelión. Ya con el espacio aéreo cercado, su suerte quedó echada y el futuro del país marcado. Con este punto de inflexión Gadafi y sus fuerzas leales comenzaron a retroceder. La oposición tomó la ofensiva y tomaría la capital Trípoli en agosto de 2011, mientras que el líder libio fue asesinado en octubre del mismo año en su ciudad natal, Sirte.
Los países europeos y Estados Unidos tenían claro su objetivo: asegurarse el acceso a los recursos naturales libios, en un momento en que el gobierno de Gadafi había anticipado una posible nacionalización. El acercamiento que Libia había tenido a Occidente en los años anteriores a 2011 poco importó para Occidente que dejó de ver a Gadafi como un interlocutor confiable y apostó al “divide y vencerás” para asegurar sus intereses y beneficios a costa de la destrucción del Estado libio. Mientras que la posición dubitativa de la Federación Rusa y China permitió esto.
La Libia post Gadafi
Hoy en día no se tiene en claro quién gobierna en el Estado libio. El actual contexto libio lejos de mejorar, ha empeorado. Clanes, tribus, milicias, grupos yihadistas y dos gobiernos que se adjudican la legitimidad del ejercicio del poder se encuentran en pugna.
En Trípoli se encuentra el Gobierno del Acuerdo Nacional liderado por Fayez Al-Serraj. Esta facción controla la capital y pequeñas porciones de territorio en la región de la Tripolitania. Su narrativa consiste en mostrarse como los revolucionarios que acabaron con Gadafi y que luchan contra los vestigios restantes que aún permanecen del gadafismo. También surgido de Trípoli como el representante del Congreso Nacional General (el parlamento libio de 2012), Jalifa Ghwell representa al Gobierno de Salvación Nacional, aunque esta fuerza ya no controla ninguna institución y fue expulsada de Trípoli en 2017. Pero quién controla la mayor parte del territorio libio es el gobierno ubicado en Tobruk, ciudad de la región oriental de Libia, la Cirenaica. En Tobruk la Cámara de Representantes está a la espera de un acuerdo político y una enmienda constitucional que los consagre como el gobierno legítimo. Esta línea tiene el respaldo del Ejército Nacional Libio y de hecho su líder, el general Jalifa Hafter, es quién comanda al Gobierno de Tobruk. Este sector es nacionalista, laico y antiyihadista.
Hafter cuenta con el apoyo de Jordania, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto (estos últimos le han brindado apoyo logístico, armamentístico y militar. La acción de los EAU y Egipto está fundada en su política de detener el avance de los Hermanos Musulmanes), Rusia, Francia (que junto a Rusia buscan sellar la paz) y Grecia (que ve como una amenaza a su territorio marítimo los acuerdos entre Turquía y el gobierno de Trípoli). Análogamente, el gobierno Fayez Al-Serraj goza del reconocimiento de otros actores. A saber: Estados Unidos, Naciones Unidas, la Unión Europea, Italia, Catar y Turquía. Tanto Ankara como Doha son aliados militares de Trípoli y brindan su apoyo en función de la presencia de miembros de los Hermanos Musulmanes. La posición de Arabia Saudita ha ido oscilando en el tiempo. Primero comenzó apoyando a Tobruk pero este ha ido mermando con el tiempo.
Los lazos estatales y sociales, construidos en base a la represión y el autoritarismo, que existían bajo el régimen de la Yamahiriya de Gadafi quedaron rotos. Hoy en día el país se debate en una lucha en la que las fuerzas de las distintas facciones en disputa se concentran en el control de los recursos petrolíferos, más que en la construcción de un Estado. La corrupción y los crímenes contra la humanidad son una realidad hoy en Libia, donde hasta se ha vuelto habitual la venta de esclavos, incluso en las puertas de la capital, Trípoli. Restituir un cierto orden dependerá primero del triunfo de alguna de las facciones hoy enfrentadas, que logré imponerse por sobre el resto, consiga restablecerle al Estado libio el pleno control sobre su territorio y le otorgue las atribuciones suficientes para posicionarse por encima de las diferencias clánicas y tribales o, si es posible, darles a estas una representación que elimine el factor del conflicto armado. El gobierno de la Cámara de Representantes de Libia, encabezado por el general Jalifa Hafter, estaría más cerca de conseguir esto, en base a su control de la mayor parte del territorio libio. Sin embargo, todavía le falta tomar Trípoli y lograr poner bajo su soberanía los territorios del sur del país, en los que una gran cantidad de fuerzas locales gobiernan.
Mucho ha pasado en Libia desde 2011, sin embargo las vanas promesas de democracia que Occidente le hizo a los libios nunca se concretaron y se demostró con el tiempo que estas sólo sirvieron como una forma para justificar un accionar apuntado a proteger los intereses económicos de los países europeos. Mientras, el drama humanitario que padecen los libios, día a día, parece seguir sin tener fin.