Los caminos de la integración europea conducen a Roma
Por Matías Koller Deuschle
Historia de la historia
El deseo europeo ha sido, históricamente, la unión. La unión puede ser entendida bajo dos miradas: de manera kantiana, basada en una confederación pacífica entre Estados europeos; o bajo una óptica Imperialista, donde el poder se concentre en un solo lugar, que domina al resto. De todos modos, más allá de esta distinción entre imperio y confederación, todos los proyectos sucesivos desde hace 1500 años, han tratado de recrear, de una u otra forma, aquello realizado por el Imperio Romano.
El primer intento ha sido el Imperio Carolingio de los siglos XVIII y IX. Muchos siglos después, y pasando por numerosos experiencias traumáticas en Europa, tras la Segunda Guerra Mundial, seis países concertaron crear una Comunidad Económica. Así, en 1957, los seis países, a saber, Alemania Occidental, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, firmaron el Tratado de Roma, cuyas ‘fronteras’ eran paradójicamente, las mismas que la del Imperio Carolingio. ¿Se trata de una cierta revitalización de aquel Imperio?
La respuesta es sí, ya que, pese a la diferencia de 1200 años entre un caso y el otro, ambos han tenido la misma deficiencia: el lugar otorgado a Italia.
Italia relegada
Como decíamos, en 1957 se firma el Tratado de Roma, dando inicios a la Comunidad Económica Europea compuesta por seis países. Un gran avance en la integración europea. Sin embargo, a los pocos años, concretamente en 1963, dos de estos países “se cortaron solos” y crearon una alianza geopolítica que marcaría el pulso de la Unión y su horizonte: el eje franco – alemán. Si quieren conocer las características de este eje pueden ver esta nota previa.
Así, el modelo europeo pensado por los seis en los ’50, entre el alemán Adenauer, el francés Monnet, el luxemburgués Schuman y el italiano De Gasperi, rápidamente se transformó en una mesa chica, donde dos de los principales actores, Francia y Alemania, decidían el destino de la unión. Esto significó que la tierra del Dante y Maquiavelo, que tanto le ha dado a la Humanidad, fue marginada del armado geopolítico europeo, pese a su potencialidad económica para la época, al posicionarse como la cuarta o quinta economía del mundo (precisamente, por detrás de Alemania Occidental y Francia).
Italia fue la gran perdedora del eje franco-alemán. Si consideramos los 6 iniciales, en verdad existía una gran asimetría entre el BENELUX frente a Francia, Italia y Alemania. Sin embargo, Italia fue el único ‘grande’ que no formó parte del eje, sumado a que, en verdad, el BENELUX expresa una síntesis entre la cultura germana y gala, por lo que su idiosincrasia estaba representada en cierta medida en la mirada del eje franco – alemán , no así la perspectiva italiana.
¿Recuerdan que les dije que la Comunidad Europea recreaba, en cierta medida, al Imperio Carolingio? Además de compartir casi las mismas fronteras, en ambos ocasiones, el poder, estuvo al Norte de los Alpes. El problema de la Italia contemporánea es que, a diferencia de la Edad Media, no tuvo un Papa como autoridad política fuerte que le haga frente al Carlomagno de su momento, sino que en esta ocasión, su política estuvo plenamente alineada con los designios transalpinos (Spoiler alert: con el pasar de las décadas, Carlomagno se transformó en Barbarroja para los italianos).
El siglo X y el siglo XXI: los teutones en Italia.
Tras la muerte de Carlomagno a mediados del siglo IX, el Imperio Carolingio se fragmenta. De él, emerge el Sacro Imperio Romano Germánico en el territorio de la actual Alemania. Durante el siglo X y XI, el Sacro Imperio tuvo una obsesión, con Barbarroja a la cabeza: controlar de manera efectiva el Norte de Italia.
En el siglo XXI, si bien la Unión Europea avanzó muchísimo y no se fragmentó, es posible destacar que la Alemania del presente siglo ha adquirido un liderazgo prioritario tras el desacople francés en 2008, notorio por la crisis financiera tras la quiebra de Lehman Brothers.
Existe un cierto paralelismo entre el Sacro Imperio y Alemania, donde en el primer caso, la dieta de los príncipes reunidos en Frankfurt, planeaban sus campañas medievales contra Italia. En el segundo, la organización moderna de dominación, el Banco Central Europeo, con sede precisamente en Frankfurt, planeó su avance contra el país transalpino a partir de 2010. Así, como en la época de Barbarroja, el Banco Central Europeo, apoyado por Alemania, buscó pedirle a la Península Itálica su rendición; aunque en esta ocasión, la derrota Italiana sería fiscal: se acabó el gasto público a la latina, habían llegado los tiempos de la austeridad germana. Llegaron los años fatídicos para Italia: ajuste y estancamiento.
Y tal como en la época medieval, no faltaron los ‘traidores’ a la patria. En este caso, el ‘príncipe’ del Banco Central era un italiano, Mario Draghi, que le pidió desde Frankfurt a su propio país que apliquen los ajustes. Para ello, Roma estuvo gobernada entre 2011 y 2012 por un tecnócrata, Mario Monti, quien siguió aquellos consensos planteados por la troika Comisión Europea, FMI y Banco Central Europeo.
Aires de cambio
Las políticas implementadas en Italia desde 2010, apoyadas por Alemania, no han dado los resultados esperados. Italia se ha debilitado, y con ello, debilita a toda la Unión Europea. Además, esto ha implicado un ascenso del euroescepticismo en el país alpino, aunque a diferencia de Inglaterra, donde el rechazo es hacia Europa, en el caso italiano, el euroescepticismo se vincula con la Unión Europea y sus instituciones. Los italianos, ciudadanos profundamente europeos, se han sentido dañados y perjudicados, con justa razón, por las decisiones comunitarias.
Sin embargo, este año ha venido con aires de cambio. Desde la Galia, ha habido un mayor interés por Italia, por lo que tras una serie de cumbres entre los ministros de Asuntos Exteriores de ambos países, Jean Yves LeDrian y Luigi Di Maio, la diplomacia francesa ha comenzado a dar los primeros pasos en consolidar un nuevo eje, el franco – italiano. Supuestamente, su propósito consiste en ‘representar mejor la relación bilateral entre ambos países’, aunque en realidad, y más allá de dicha explicación diplomática, existe un transfondo geopolítico por parte de Francia en pos de ‘construir’ poder, además de con Alemania, con Italia. A esta gratificante medida, se ha sumado en junio, la visita a la Farnesina (la Cancillería Italiana) por parte del Ministro de Asuntos Exteriores alemán, Heiko Maas. Di Maio y Maas acordaron en fortalecer el vínculo entre ambos países en el plano bilateral, pero principalmente, en términos comunitarios, ya que la defensa de la Unión debe tener a Roma como un actor central.
¿Estas decisiones por parte de París y Berlín son casuales? Claro que no. En primera instancia, es cierto que ambos países han buscado fortalecer el multilateralismo al interior del bloque comunitario. Pero también, han comprendido de los errores de la década pasada, donde los países han sido librados a su azar, algo que podría ser fatal en el escenario actual, donde la pandemia ha golpeado fuertemente a Italia. Si Italia sufre, sufre la Unión Europea.
Pero por sobre todo, el escenario global es uno de los más amenazantes desde la caída del Muro de Berlín: las amenazas rusas, chinas y estadounidenses son constantes, por lo que es preciso la unidad entre los actores de la Unión Europea, y marchar hacia un mismo rumbo. Recordemos, por ejemplo, que la Ruta de la Seda China tenía como punto de llegada en Europa a Venecia (parece una paradoja de la historia).
Enhorabuena si esta nueva mirada del eje franco – alemán representa un avance hacia la incorporación del país de los Apeninos a la mesa chica que decide el futuro de Europa. Esta es quizás la gran deuda del modelo europeo y su mayor deficiencia. Si se quiere una auténtica integración europea, hay que dejar de pensar como el débil Imperio Carolingio, donde los designios europeos se decidían al Norte de los Alpes, para pensar como el verdadero Imperio europeo que ha tenido la historia, el Imperio Romano. Europa sin el Mediterráneo no es Europa, y en este sentido, Roma, en tanto tercera economía europea y octava mundial, es un jugador clave.
Solo a través de un eje Roma – Berlín – París, Europa se podrá poner de pie, y crecer como el continente pacífico, seguro y solidario que pensaron allá por 1950 aquellos grandes estadistas europeos: el alemán Konrad Adenauer, el francés Jean Monnet y el italiano Alcide De Gasperi.