No me inviten a resistir (o al menos no solamente a resistir)

Desde agosto el desconcierto se fue colando por todos lados. Las cosas que pensábamos que pasaban en otras latitudes y no por nuestro suelo han explotado aquí. Aquel loco gritón, poco serio, y otros calificativos que le fuimos poniendo, fue ganando terreno y representatividad. El discurso del hartazgo haciendo mella profunda, y no con las salidas que en otros tiempos supimos construir al hartazgo en este país. No con organización, no con pelea por caminar a un buen vivir, todo lo contrario. Ya lo escuchamos y ya lo vimos. El hartazgo es también, como sabemos, con quienes nos organizamos en el campo popular. Frente a esto, parece que hay una fibra automática que se despierta: la idea de resistencia. Pero la última vez que sólo resistimos no nos fue tan bien después. Y la resistencia es en contra de otro y sin cosa propia. Una retórica que puede entramparnos, y sobre todo, que acumula energía en la trinchera solamente en vez de estar en paralelo también construyendo el devenir. Sentarnos a pensar muchas cosas en este tiempo parece importante. Entre ellas, cuáles son las retóricas y los marcos que van dando cauce y rumbo a lo que hacemos todos los días quienes creemos que la política es la única y más potente herramienta que tienen los pueblos para hacer su historia. 

Crear. Esa es la palabra de este tiempo. Inventamos o erramos. Esa frase de absoluta potencia circulaba en conversaciones en 2015- 2019. Sabíamos que era tiempo de inventar o definitivamente íbamos a errar. El final ya lo sabemos: erramos.

Erramos de todas las formas que podíamos errar, erramos individual y colectivamente y erramos siempre por no inventar. Fuimos una oda a la espera y la pasividad, como si el tiempo por sí resolviera las cosas. Y no hablamos de si gobernamos bien, mal o más o menos. Es sobre el lazo entre el peronismo y el pueblo. En ese tiempo la horadación del vínculo entre la política y las personas, entre lo que decimos expresar y las preocupaciones concretas de las personas concretas, esa brecha, se fue ampliando silenciosamente a niveles que sabíamos que ahí estaban y no podíamos precisar su profundidad. Era mucha. 

Por otro lado: ganar elecciones y no errar no son sinónimos. Bien sabemos que al 2019 llegamos sin programa, sin ideas, con niveles de organización rudimentarios que se habían estructurado sólo al calor de la resistencia, no había horizonte más allá del 10 de diciembre. Nada peor, nada que movilice menos pulsión de hacer cosas, que expresar y representar como techo propio que “los otros son peores”. Ganar elecciones porque los otros son peores deja aniquilado al carácter profundamente transformador que creíamos era intrínseco al peronismo y esperamos y necesitamos que vuelva a serlo. 

Cuando decimos inventar, no hablamos de encerrarnos en un retiro espiritual hasta tener la fórmula mágica para construir el futuro. Inventar es también discernir qué es lo esencial en el peronismo y los procesos populares y poder entender cómo organizar y robustecer eso en cada tiempo, que es distinto a todos los anteriores tiempos y siempre requiere iniciativa, coraje, entrega. Inventar es hacerlo sobre la marcha con mirada atenta y precisa.

¿Hay que hacer o esperar? Si crear es la palabra de este tiempo en sentido amplio, quizás ésta sea la pregunta para estas semanas y meses, e indagar respuestas posibles nos puede servir más adelante. Construir criterios para saber cuándo es tiempo de hacer y cuándo es tiempo de no hacer. Si es que ésta segunda cosa existe. Por lo pronto la idea de no hacer nada de nada, de pararse a un costado a esperar condiciones dadas suena más a pasividad. ¿Eso quiere decir entonces que están dadas las condiciones para hoy canalizar un proceso profundo de participación, organización y planteos de avanzada? No. Otra pregunta para introducir acá: ¿las condiciones se dan solas? ¿Cuáles son los factores que las generan? ¿podemos hacer algo en ese sentido? Y es acá donde aparece una de las mayores trampas en política (y en la vida): las falsas dicotomías. Tener que decidir entre hacer o no hacer. Eso es falaz. El argumento sería así: porque no podemos hacer lo que nos gustaría hacer, porque no están las condiciones dadas (ni socialmente ni en términos de organización interna), entonces hay que esperar. Cuando los efectos de los desastres que se están haciendo lleguen a la gente, entonces la gente va a salir y ahí será el tiempo. Yendo por detrás del proceso, como si el proceso tuviera indefectiblemente un rumbo, una dirección. Y como si nosotros lo tuviéramos tan claro que tenemos milimétricamente medido cuando llegará el “ahora es cuando”. Pues bien, así como afirmamos que no nos inviten solamente a resistir, con igual ímpetu decimos: no me inviten a quedarme sentada viendo cómo la historia pasa y la ganan los mercenarios y mercaderes de nuestras vidas.

La legitimidad y representación con la que hoy contamos es bajísima. Pareciera que por lo menos la mitad del país no quiere escucharnos ni está dispuesto a aceptar la más mínima premisa nuestra por ahora. Es más, no son pocos (o más bien son unos cuantos) quienes creen que todo esto es nuestra responsabilidad. Y bien sabemos que a diferencia de otros tiempos en este caso no cabe el “no nos odian por nuestros errores, nos odian por nuestros aciertos”. Existieron tiempos desde 1945 en que la gente que odiaba al peronismo lo odiaba por lo que hacía en la vida de los trabajadores. Odiaban al peronismo los odiadores del pueblo. Hoy tenemos enemigos a diestra y siniestra, en todos los territorios, en todos los estratos sociales, y muchísimo, bien sabemos, entre los trabajadores (sobre todo los llamados informales a quienes hemos escondido debajo de la alfombra incesantemente sacándoles su identidad de trabajadores) y los humildes. No representamos ni siquiera la unidad mínima que el peronismo no podía dejar de representar: el conjunto del pueblo trabajador. 

No es objeto de esta nota profundizar en la famosa autocrítica, más bien hacer una brevísima e inacabadísima descripción que nos permita seguir tirando del hilo del ovillo de nuestras preguntas. En esto de qué hacer en este tiempo, sabemos que partimos de la base de todo eso que acabamos de nombrar. No es tiempo de hacer lo que nos gustaría hacer. No es tiempo de hacer nada de lo que ya sabemos de memoria o estamos acostumbrados. En eso estamos de acuerdo.

Entonces, algunas posibles pistas para empezar a andar y explorar. Una cosa que se puede hacer siempre, en todo tiempo y circunstancia, que muchas veces se nos escurre y que es la base del peronismo: organizar a la comunidad. Y esto no es invitar a mi tía que ya votó  a Massa a una unidad básica, o no solamente. Pensar que organizar es estar en la básica es uno de los grandes “erramos” del último (mucho) tiempo. Ese divorcio entre quienes hacemos política y somos bichos raros y quienes andan en la vida por fuera de ella, y la ven de lejos, ajena, mala, sucia, fea, inoperante. La comunidad organizada lo es en torno a su proximidad territorial, sus intereses concretos y específicos, o cualquier otro organizador. El organizador es el idioma común posible entre muchos. Una categoría tan chata como útil: ser el huevo de diferentes tartas. El ligue. Quien amase lo común entre quienes hoy se piensan individualizados o fragmentados. En las escuelas, facultades, los clubes, los centros culturales, los lugares de trabajo y de encuentro. Quizás también en los consorcios, entre los comerciantes, y cada etcétera posible de esta lista. Algo que ya se ha dicho y ya hemos empezado a poner en práctica: escuchar mucho y hablar poco, sólo lo necesario. Y, ahí en lo necesario, una única idea fuerza a repetir puede ser: había otras opciones, hacer esto y de este modo fue y es una decisión política del actual gobierno nacional

Y de ahí deviene otra posible tarea: poder decir con claridad y llanura esas otras maneras. Poder dar cuenta con seriedad, tanto sectorialmente como en lo general, de cuál era el estado de situación y qué otras cosas se podían hacer. En eésta segunda tarea hay una dimensión de hablar con otros, pero también una dimensión fundamental que es la de poder volver a discutir qué haríamos nosotros si estuviéramos en el gobierno nacional. Es decir, cuál va a ser nuestro programa político sólido y serio en el futuro. Volvernos a preparar para gobernar y hacerlo muy muy bien. No sólo si de eficiencia hablamos. También de ideas. Tener buenas ideas, ideas potentes, que sirvan de horizonte, y tener un plan de trabajo y una metodología para llevarlas adelante. Nuestro programa político futuro es parte de lo que hay que crear en este tiempo.

Crear. ¿Qué implica la tarea creativa? Sería bueno indagar en la respuesta a esta pregunta desde distintos ámbitos y disciplinas. En el arte, en quienes investigan, en quienes escriben, quienes construyen casas, parquizan plazas, y tantos otros. Algunas orientaciones metodológicas pueden ser encontrarnos frente a esa sensación de la hoja en blanco, el terreno vacío. “La cosecha es el desierto” se escuchó alguna vez en algún diván de análisis en algún barrio porteño. Quien lo decía se refería a que después de tanto trabajo de mucho tiempo, se encontraba frente a la nada. Hay un trabajo en desarmar, desmalezar, sacar escombros, hacer cimientos. Ese es un trabajo arduo, revisar dónde estamos, qué de lo que hacemos guarda un sentido, sirve de pulsión, nos mueve. Y qué son usos y costumbres que nada dicen, los “esto se hace así”. En qué cosas nos pasamos 20 pueblos pero en su origen estaban bien, funcionaban, aglutinan, organizaban, daban sentido. Desmalezar el terreno de nuestra práctica política, hacerle muchas preguntas, tirar de los hilos que nos mueven e ir encontrando pedacitos de tierra firme. Y desde ahí, cuando miremos y parezca que no hay nada, que estamos frente al desierto después de tanto trabajo, sabremos también que nada nuevo se puede armar sin esa tarea de preparar el terreno. 

Se puede pensar este proceso como dos andariveles uno al lado del otro, marcando ambos camino en la misma agua del quehacer político. Suceden en paralelo, no consecutivamente. No es primero uno y después el otro. Estos dos andariveles son uno el de la práctica diaria, situada, las acciones de cada semana, cada mes, en función de la coyuntura. El otro, el del proceso con método, de mediano plazo, de espacios de reflexión, producción, preguntas que van a ir ordenando nuevas prácticas también. Es el del proceso creativo. No son procesos independientes entre sí. En la práctica diaria vamos poniendo en juego lo que circula en los diagnósticos, reflexiones. Y en ello vamos afinando el lápiz, circulamos no sólo ideas si no también prácticas, formas, metodología. Inventando sobre la marcha, sin pararla, sin retirarnos de la escena. Intervenir, repensar, reajustar, probar qué sirve y qué no. Qué sirve para determinados objetivos y no para otros. Porque también ahí hay una característica de este tiempo: los desafíos son muchos y simultáneos. Organizarnos entre iguales, parecidos y no tan parecidos pero con algún punto de encuentro. Organizarnos para que podamos trascender las acciones o tuits individuales e intentar forjar estructuras aunque sea un poco imperecederas, de esas que nos hacen afirmar que la organización es la que vence al tiempo. Y en otra vía queda aquello de recuperar el lazo con quienes se ha cortado, con quienes hemos perdido capacidad de interpelación e incluso de diálogo. Las tareas son muchas y requerirán todo lo que ya hemos mencionado y más: sensibilidad, inteligencia, trabajo, un montón de trabajo, tiempo puesto en lo común, generosidad, entrega, no buscar enemigos donde no los hay, discusión genuina, poder decirnos con respeto y claridad cuáles son nuestras diferencias y también poner mucho empeño en buscar las coincidencias, y sobre ellas apalancar lo que se viene, no fingiendo demencia sobre las tensiones (otro de los “erramos” es ese, el lema de “fingimos demencia y seguimos adelante” que se ha vuelto mantra constante y dañino) si no buscando horizonte común y pudiendo ir de a muchos juntos hacia allá. 

Nos queda para otras reflexiones poder pensar con mayor agudeza cuáles fueron otros erramos (en forma y en contenido); profundizar en algunas ideas y temas desde los cuales quizás sea viable inventar; identificar la complejidad de causas que configuraron este escenario, en las que, oh sorpresa, de algunas quizás no somos culpables nosotros si no un orden mundial horrible y cruel. También hilar más fino en qué es lo esencial y qué lo accesorio en el peronismo para poder adentrarnos en la reflexión, discusión y sistematización doctrinaria que necesitamos con urgencia. Poder preguntarnos qué es un dirigente, cuál es su rol, qué dirigentes necesita este tiempo y cómo se forjan. Y tantas otras cosas quedan afuera. Necesario en este tiempo poner ideas a circular. No porque tengamos verdades (más bien huirle a cualquiera que diga tenerlas), si no porque son tiempos de rehacernos entre muchos, entre todos, de pensar y crear juntos. Y de no quedarnos quietos. El futuro próximo y lejano sólo será mejor si hacemos algo para construirlo.

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