¿Qué podemos esperar de la Economía por venir?

Por Federico Putaro y Lisandro Perez Losinno (*)

La singularidad de un escenario sin precedentes invita a la producción y difusión de pronósticos extremistas que van desde la inevitable hiperinflación pasado mañana hasta el rápido retorno a una senda de crecimiento acelerado una vez superada la pandemia.

Sobre los pronósticos y las anticipaciones

De un tiempo a esta parte, la economía pareciera haberse vuelto una especie de fe secular, y así como los comerciantes romanos se encomendaban a Felicitas en búsqueda de éxito y prosperidad, hay quien se dirime internamente si creer o no en tal o cual pronóstico, según sus necesidades, humor, y miedos de turno. Cuando la economía se vuelve una cuestión de fe, ya no importan las veces que un profeta falle, porque lo importante es su capacidad de comunicarse con los dioses. Si el apocalipsis no es hoy, quedará tal vez para mañana.

Los pronósticos económicos fallan. Es un hecho. Aun así, sabemos que nadie dejará de hacerlos ni mucho menos de consumirlos, porque es necesario tener un horizonte hacia el cual caminar. El objetivo de esta nota es presentar algunas -sólo algunas- claves de lectura de la situación en la que nos encontramos, y la forma en la que vemos que se pueden llegar a desenvolver las cosas. Para que, si decidís creer en un pronóstico, lo hagas sobre una base más o menos fundada.

¿Cómo funciona?

De lo que se trata, antes de hacer cualquier diagnóstico, es de intentar conocer cómo funciona la máquina para intentar comprender hasta dónde puede rendir, cómo puede reaccionar, qué le podemos pedir, o bien qué le puede estar pasando.

Como todos sabemos, tanto la Argentina como el resto de los países latinoamericanos, tienen su lugar en el mercado internacional a partir de la producción de alimentos y materias primas, sobre la base del excepcional rendimiento que le permiten las condiciones naturales de sus tierras cultivables. Sin embargo, toda esa riqueza que entra en forma de renta de la tierra cuando el país coloca sus alimentos en el mundo, se vuelve a ir al pagar los intereses de la deuda externa, o bien cuando las empresas extranjeras -que concentran gran parte de la producción-, giran fuera del país el resultado de sus operaciones en el mercado local. Capitales que entran, y capitales que salen. La Argentina vista así, es tan solo una estación de paso.

¿Para qué se usan los dólares?

Además de lo ya señalado sobre la deuda externa y los giros de ganancias de las empresas extranjeras (y más de un grupo local), tenemos que decir que una de las características principales de las economías tercermundistas como la nuestra radica en que no podemos producir todo lo que necesitamos. Algunos productos terminados, pero fundamentalmente muchísimos insumos, provienen del comercio exterior. Cuanto más valor agregado un producto tanto mayor la cantidad de insumos en dólares, sea un auto fabricado en Córdoba, o un electrodoméstico ensamblado en Tierra del Fuego. Si a esto le sumamos que en un mundo globalizado las pautas de consumo tienden a ser también importadas, la necesidad de dólares se vuelve total. No soñamos con el celular “Tango Plus”, el primer celular forrado en cuero vacuno que en vez de linterna viene con destapador de vinos integrado. Soñamos con el último iphone, el que muestra Billi Eilish en su último videoclip. Y aún así lo hiciéramos con el “Tango Plus”, probablemente su batería, su pantalla, entre otros componentes, vendrían de afuera. Por último y no menos importante, sabemos que tanto la mentalidad de los empresarios a la hora de pensar sus ganancias, como la mentalidad del ahorrista promedio a la hora de cuidar el valor de sus ahorros, gira en torno al dólar.

Digámoslo claramente: para que la economía argentina pueda funcionar son necesarios dólares. Para que una empresa nacional fabrique, dólares. Para desarrollar la matriz energética, dólares. Se trata del bien más preciado de la economía, puesto que resulta ser el único bien que cumple con todas las características del dinero, principalmente, la de ser intercambiable por cualquier otro bien.

¿Cómo llegamos a donde estamos?

Desde la economía política, el agotamiento del kirchnerismo en 2015 puede explicarse a partir de las repercusiones generadas por el desequilibrio del sector externo. La crisis global del 2008 -cuyos impactos se vieron en los años posteriores-, y algunas modificaciones internas en los grandes jugadores globales -especialmente China-, transformaron el comportamiento de los precios internacionales de nuestras exportaciones tornándose progresivamente más baratas en relación a los productos que necesitábamos importar.

Esta situación, donde el dólar se vuelve escaso, fortaleció el poder relativo de quienes “plantan dólares” en sus campos, permitiéndoles presionar -reteniendo cosechas- sobre el valor del tipo de cambio. Sin embargo, este creciente déficit del sector externo no modificó la voluntad política del gobierno de Cristina Fernández de seguir buscando hacer crecer la capacidad de consumo en el mercado interno de los sectores con menores ingresos: especialmente a través de subsidios a las tarifas de los servicios públicos, ampliación de las políticas sociales, y negociaciones colectivas de trabajo.

El desenlace es conocido: el ingreso de dólares se deteriora severamente mientras que el egreso de dólares en importaciones de bienes, turismo extranjero y, fundamentalmente, importación de energía, crece a ritmo sostenido. Para finales de la década kirchnerista la caída de reservas es tal, y el grado de exposición de las finanzas argentinas a movimientos bruscos resulta tan grande, que los dólares pasan a ser administrados de forma estricta por el Estado. Comienza la historia del “cepo” y otras restricciones como las “DJAI”. La administración del tipo de cambio impide una recesión por entonces anunciada con bombos y platillos por los analistas de los principales medios de comunicación, y deja a la economía suspendida: ni crecimiento, ni depresión. 

La falta de incentivos generados por una economía estancada quizá explique el repentino entusiasmo que sintió gran parte de la población por “el cambio”. Este cambio se propuso atender la situación con la vieja receta conocida del ajuste neoliberal: bajando salarios para descomprimir la demanda de productos con componentes en dólares, poniendo a la economía en crisis para apagar el fuego (literalmente “enfriarla”), y buscando atraer dólares por la vía de la deuda, la supuesta “confianza” otorgada por la quita de regulaciones, y el atractivo financiero. 

Los problemas de esta receta parecen evidentes: por un lado, además del costo social, el ajuste sobre salarios genera un efecto depresivo sobre el conjunto de la economía; por el otro, al no insertarse esos dólares en la esfera de la producción, no se genera una capacidad genuina de repago que permita hacer sostenible la deuda contraída. El famoso remedio peor que la enfermedad. La recesión sostenida, el debilitamiento constante de las tenencias genuinas de dólares y, fundamentalmente, el atraso cambiario,  profundizaron un problema estructural de la economía argentina de las últimas décadas: la fuga de capitales que durante los años de 2017 y 2018 alcanzó cifras récord. 

Hacia abril de 2018, estos desequilibrios internos se conjugan con una suba de la tasa de interés en los Estados Unidos en un cóctel sencillamente explosivo. La tan nombrada tasa de interés de la “FED” repercute directamente sobre las finanzas de todo el mundo, toda vez que al mejorarse la rentabilidad financiera “en casa”, el dólar ya no necesita salir a buscar plazas por el mundo en la que poder valorizarse. A partir de ese momento, esa entidad inmaterial compuesta por un conjunto de actores que operan bajo una racionalidad compartida llamada “mercado” decide que ya no es posible, rentable, o deseable, seguir financiando el déficit de las cuentas nacionales, ni la fuga de capitales de la cúpula empresaria Argentina. Cuando los préstamos se caen, las calificadores de riesgo bajan sus pulgares, y la tasa de interés comienza a crecer sin control buscando generar incentivos. Los Fondos de Inversión especulativos ven allí la señal más clara para dolarizar sus posiciones y retirarse del país. La fragilidad del mercado de capitales argentino implica una sensibilidad muy grande a movimientos de este tipo: se desata en Argentina la Crisis cambiaria del 2018, sepulturera del gobierno de Mauricio Macri, implicando una devaluación del 50% -la mayor desde la salida de la convertibilidad en 2002- y el retorno desesperado al FMI.

La devaluación y el endeudamiento con el FMI aparecen como la consecuencia de  la espiral cambiaria. El Gobierno recurre al Fondo Monetario Internacional y logra pactar un desembolso de 44.500 millones de dólares a partir de junio del 2018. Interesante resulta comparar esta cifra con la fuga de capitales: 45.100 millones de dólares desde mayo de 2018. No hay dobles interpretaciones, cada dólar que entró se usó para cubrir la demanda de quien ya tenía la valija lista para llevárselo afuera. La fuga de capitales constante pero intensificada hacia fines del macrismo, tiene mayor peso explicativo sobre las actuales restricciones al mercado de dólares que la propia pandemia. En efecto, las restricciones -que ahora se intensificaron- fueron impuestas por el propio gobierno de Cambiemos, un gobierno que por su matriz ideológica, hubiese recurrido a cualquier otra alternativa con tal de no tener que colocar un “cepo” de magnitudes similares a las que tanto criticó. Dicho esto, cuando te enfrentes al Home Banking queriendo comprar más de 200 dólares, tené en cuenta que los dólares que faltan están en alguna cuenta exterior de 1 de los 100 agentes a los cuales se les imputa el 55,5% del total fugado en los últimos años.

Si hacia fines del kirchnerismo el cuadro era la economía con las persianas abiertas pero estancada por la falta de dólares, para fines del macrismo el cuadro fue la economía completamente parada, con las persianas bajas, y endeudada en dólares.

¿En qué situación nos encontramos?

La pandemia del coronavirus obligó a posponer de entrada los proyectos iniciales del gobierno de Alberto Ferández de reactivar la economía “a la keynesiana”. El objetivo declarado de “empezar por los de abajo para llegar a todos”, además de una toma de posición ética y política, en economía significa la inversa de la teoría del derrame. Empezando por los de abajo, los beneficios se distribuyen por la vía del consumo estimulando la producción en una espiral virtuosa. Sin embargo, las necesarias restricciones a la circulación impuestas por la pandemia, implican un retraimiento del consumo, así como también la imposibilidad de levantar las persianas de las fábricas y convocar a trabajadores para reactivar la producción.

En el plano externo, la pandemia ha resultado en una caída de la demanda y los precios de los alimentos y materias primas. No obstante, el comportamiento de la balanza comercial muestra un resultado superavitario dado por la caída de las importaciones que implica toda recesión. Esto se explica por varios motivos: el primero y principal la caída en la importación de maquinaria y equipo, reflejando una parálisis de la inversión y el consumo de energía. Pero también el compartimiento de los hogares durante la recesión implica un retraimiento en la adquisición de bienes con alto valor agregado. Para la mayoría de la población, parecería no ser este un buen momento para pensar en cambiar el celular o la computadora, comprar zapatillas importadas, así como tampoco es posible viajar al exterior llevando divisas adquiridas en la plaza local. 

La caída de la actividad ha impulsado la implementación de medidas para atender a los sectores más vulnerables a través del IFE o el ATP financiadas principalmente a partir de la emisión monetaria. La imposibilidad de acceder al mercado internacional de crédito por parte de una Argentina profundamente endeudada implicó desde comienzo del gobierno una necesidad de atender a la situación social mediante “la maquinita” despertando las alarmas de los analistas de siempre adictos a los estudios de TV.

Pese a la insistencia de analistas como Javier Milei -quien ahora demuestra abiertamente que sus análisis siempre implicaron un interés político-, la emisión monetaria y la inflación parecieran seguir caminando por caminos separados. Para este mismo momento del año en 2019 -con la emisión monetaria congelada- la inflación acumulada era del 30%, mientras que en este 2020 -con la oferta monetaria disparada- la inflación acumulada es del 18,9% evidenciando una fuerte desaceleración.

Y es que en economía, las cosas se desenvuelven distinto según el contexto, y fundamentalmente el nivel de actividad. Pongámoslo en un ejemplo gastronómico: sostener que la emisión monetaria genera inflación es como decir que los hidratos de carbono engordan. Un plato de fideos engorda si se come más de la cuenta, tenés una vida sedentaria y por lo tanto un gasto energético nulo. Por el contrario, resulta ser una importante fuente de energía para la realización de actividades deportivas. 

Si los pesos del mercado se van automáticamente al dólar, esto generaría un aumento del tipo de cambio que desencadenaría en un movimiento en el nivel general de precios. El cepo en principio evita que eso suceda. Sin embargo, no alcanza. Por otro lado, si la producción se encontrara al tope de su capacidad, no quedaría otra posibilidad para un empresario que vea en aumento la demanda de sus productos que aumentar los precios de lo que produce. Sin embargo “la capacidad ociosa” permite que la dinámica pueda ser distinta. Y es que hoy, una de cada 2 máquinas (más o menos en condición de producir) están paradas. Una eventual recuperación del consumo podría implicar la ocupación de la capacidad instalada antes de poner a los empresarios ante la disyuntiva de invertir o aumentar precios. 

El proceso de reestructuración de deuda bajo legislación extranjera, tan importante como necesario, se impuso como prioridad en la agenda. Los resultados obtenidos, más allá de las quitas de intereses y capital, suponen despejar el horizonte de vencimientos en el corto plazo, dando margen externo y fiscal para financiar el crecimiento y madurar las inversiones que aporten los dólares oportunamente.

¿Hacia dónde vamos?

Si nos permitimos mirar un poquito hacia adelante, con la vacuna casi en la mano, todo parece indicar que estemos lejos del escenario fatalista -con hiperinflación y desintegración nacional- que algunos avizoran, pero también parecieramos estar lejos de poder experimentar una recuperación veloz y exagerada con la que suplir el tiempo perdido. Por el contrario, es posible que asistamos a un esquema de crecimiento administrado, sin ninguna recuperación abrupta, sino paulatina y pretendidamente sostenible. 

Existen razones suficientes para pensar que la recuperación económica podrá tener como pilares estos grandes elementos: 

–    La renegociación exitosa de la deuda y la hoy superavitaria balanza comercial.
–    La recuperación del precio de la soja y los acuerdos monetarios con China.
–    La capacidad ociosa del sector industrial.
–    El desarrollo del mercado de capitales doméstico.
–    La capacidad de estimular las exportaciones en general (Vaca Muerta) y la liquidación del agro en particular.

Desde el inicio de la gestión se observa una clara voluntad de abordar el déficit fiscal desde el desarrollo del mercado de capitales doméstico para recrear la curva de rendimientos en pesos. Esto apunta a que el Estado financie los gastos que no puede cubrir con sus ingresos, endeudándose en el mercado local y en la moneda que emite, algo sideralmente distinto a recurrir al endeudamiento externo en dólares. Estos últimos meses, el Tesoro ha logrado colocar deuda por encima de sus necesidades de financiamiento. Esto no solo permite reducir el endeudamiento en moneda extranjera sino también reducir la dependencia de la emisión monetaria, tal vez a la espera de que los rendimientos reales positivos de los títulos de deuda en pesos logren atraer flujos de capitales externos que permita, en el mediano y largo plazo, frenar la escalada constante y sistemática del tipo de cambio. Para apostar al desarrollo del mercado de capitales doméstico es fundamental darle volumen y liquidez.

Una iniciativa exitosa en este sentido ha sido la colocación de instrumentos financieros dollar linked, es decir, letras que se suscriben y se pagan en pesos pero que se ajustan según el tipo de cambio oficial. Además de conseguir la mitad de los recursos para hacer frente a los vencimientos de deuda de octubre, esto permite incentivar la liquidación de exportaciones, ofreciendo una alternativa de cobertura frente a una eventual devaluación. Por otro lado, permite captar pesos para restarle presión al tipo de cambio y, eventualmente, al proceso inflacionario.

Por otra parte, la salida exportadora que incluye a los no convencionales de Vaca Muerta sigue siendo la opción estratégica para reducir el déficit externo energético y financiar el crecimiento. Prueba de ello es el traspaso de la Secretaría de Energía a la órbita del Ministerio de Economía. Sin embargo, su viabilidad está sujeta a la evolución de los precios del gas y del petróleo. Y si algo caracteriza a la economía argentina, dada su especificidad, son sus violentas y reiteradas fluctuaciones en función de la variación de los precios de los commodities. En lo inmediato, el aumento de la demanda china y el efecto de la sequía en Estados Unidos están impulsado el precio de la soja nuevamente al alza. Octubre resultó ser el quinto mes consecutivo en que los precios aumentaron en el mercado de Chicago, algo que no ocurría desde 2010. El aporte de divisas de los sectores exportadores será fundamental para acortar la brecha fiscal, sostener el tipo de cambio y compensar el rezago de productividad del sector industrial.

En el corto plazo, dada la elevada capacidad ociosa, la reactivación de la actividad dependerá de la recuperación de la inversión en reposición de stocks, permitiendo una recuperación del empleo y el consumo sin que necesariamente tenga que traducirse en mayores tensiones inflacionarias. Mientras tanto, el gobierno intenta administrar la crisis sin seguir descargando el costo sobre los salarios, esperando las condiciones para que la reactivación permita recuperar los niveles salariales previos. No parece fácil. En la situación en la que nos encontramos, la reactivación del mercado interno estará subordinada a los sectores exportadores y a la posibilidad de atraer flujos de capitales externos. 

Las crisis suponen, amén de un quiebre en el recetario tradicional, un escenario en el que los manuales de política económica se suspenden para dar paso a una necesaria intervención que resulta ser tan urgente como pragmática. 


(*) Lisandro Perez Losinno, Licenciado en Comercio Exterior, maestrando en Economía Política (FLACSO).


(*) Federico Putaro, Abogado (UBA), maestrando en Economía Política (FLACSO), docente de Administración y Políticas Públicas (UNDAV) y Estado y Derecho (FSOC-UBA). 

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