El modelo europeo en clave geopolítica: el eje franco – alemán
Por Matías Koller Deuschle
Los inicios
El eje franco – alemán no surgió de la concordia, sino como resultado de siglos de confrontación. Desde el siglo XVII, Francia y (lo que hoy conocemos como) Alemania, han estado en bandos opuestos hasta la Segunda Guerra Mundial. Las pintorescas ciudades a la orilla del Río Rín en la región de Alsacia, donde se mezclan las palabras en francés y en alemán ha sido el punto culmine de la rivalidad entre ambos Estados, llevando a experiencias traumáticas. Ante ello, luego de la Segunda Guerra Mundial, Francia y Alemania entendieron que el único camino posible era la paz y la cooperación interestatal.
De todos modos, al pensar en el entendimiento franco – alemán, es interpretado como un fenómeno dentro del proceso de integración europea, sin considerar sus particularidades. Ante ello, pensamos a Francia y Alemania en relación con los otros 4 que sentaron las bases de la actual Unión Europea, es decir, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo e Italia. Esta interpretación es correcta, a medias. En verdad, es un hecho que los líderes de Francia y Alemania Occidental fueron férreos impulsores de la unión en Europa. Así, ambos países contribuyeron a recrear una versión contemporánea del Imperio Carolingio; aunque esta vez, el lugar de buscar la unión política bajo una misma corona, procuraron con la firma del Tratado de Roma (1957) avanzar en la integración económica.
Geopolítica europea en la Guerra Fría
De todos modos, el proyecto franco – alemán tenía otra arista que pocos ven, y es donde se enclava el verdadero corazón de la Europa moderna, o más bien, del modelo de Europa que tenemos hoy en día, y es, ni más ni menos, que el Eje Franco – Alemán. De esta manera, a la par de avanzar en la integración con sus pares, Alemania y Francia se unieron de tal manera, en un auténtico eje geopolítico. Esto se materializó con la firma del Acuerdo de Eliseo (1963), entre dos estadistas de su época: el nacionalista republicano Charles de Gaulle y el conservador humanista Konrad Adenauer.
¿Cómo prevenir un avance de Alemania sobre Francia, como pasaba desde 1870? Fácil, los franceses pensaron una ecuación con un fuerte reaseguro, basado en el poderío militar y nuclear francés. Vital en los años de Guerra Fría (tengamos en cuenta que la firma del Acuerdo fue a los meses de la Crisis de los Misiles), Francia pensaba que eso serviría de contrapeso para limitar a Alemania. Además, si bien de Gaulle reconoció la mayor solidez de la economía germana frente a la gala, para aquel entonces eran bastantes simétricas.
No obstante, el otro reaseguro, aún más invisible y donde radica el verdadero éxito europeo, tiene que ver con el vínculo con los actores del plano internacional en clave geopolítica: el entendimiento entre la tercera y cuartas economías del mundo para su época permitía anular cualquier proyecto alternativo en el continente. Así, el primer afectado fue la Isla al otro lado del Canal de la Mancha, la cual siempre que pudo, buscó minar las bases del liderazgo de Francia o Alemania, valiéndose de la rivalidad entre ambas naciones continentales. De esta manera, la concertación franco – alemana anuló cualquier proyecto en Europa por parte de la Isla. Por su parte, y en una escala mayor, sentó las bases de una Europa soberana, autónoma de las lógicas de la Guerra Fría, tal como deseaba el francés De Gaulle, alejando así cualquier injerencia soviética, pero también manteniendo distancia, o mejor dicho, cierta autonomía, respecto de Estados Unidos.
Pero volvamos a concentrarnos en el eje franco – alemán y su evolución desde 1963. Un dato que resulta paradójico es que el eje ha funcionado desde entonces hasta comienzos del siglo XXI de manera casi perfecta. Pese a las constantes diferencias ideológicas, ya que cuando Alemania tenía un gobierno de centro izquierda, Francia votaba a la centro-derecha (y viceversa), las duplas Brandt – Pompidou, Schmidt – D’Estaign, Kohl – Mitterrand, Schröder – Chirac, han sabido mantener un altísimo vínculo bilateral.
En paralelo, el Imperio Carolingio moderno fue expandiendo sus fronteras, pasando de los 6 originales a 27 Estados en el siglo XXI. De esta manera, Europa estaba unida bajo un proyecto de integración comunitario, sincero y pacífico, aunque tenía en el fondo, en las sombras, un proyecto que lo trascendía, como es el liderazgo franco – alemán. Es decir, la Unión Europea iría hacia donde Francia y Alemania trazarán su horizonte.
El mapa geopolítico franco – alemán en el siglo XXI
La brújula de Francia y Alemania tenía un Norte: la libertad, la paz y la justicia social. Aunque en Francia tiene un tinte más republicano, típico de su tradición filosófica y política, en Alemania tiene un carácter más legalista, basado en las garantías del Estado de Derecho. Ese es el modelo europeo.
Si repasamos los rivales que mencionamos en la década del ’60, siguen siendo los mismos y ninguno pudo permearlo. En verdad, si miramos al Este, a las gélidas tierras de la estepa rusa, ha habido un enorme cambio respecto a la Guerra Fría: el comunismo, finalmente, cayó. A inicios del siglo XXI, Rusia tenía un nuevo líder, Vladimir Putin. El mandatario tenía una buena relación con el mandatario francés, Jacques Chirac y un vínculo excepcionalmente bueno con el Canciller alemán, Gerhard Schröder, a quien consideraba su ‘gran amigo’. Así, durante los primeros años del siglo XXI fue posible la construcción de una auténtica Europa, desde Portugal hasta los Urales, y quizás, un poco más allá, aunque tras la caída del gobierno Schröder y Chirac y su remplazo por dos Atlanticistas, el vínculo con Rusia no fue revitalizado nunca más por el eje franco – alemán, ya que París y Berlín cortaron la fluidez en el vínculo con Moscú, para atender las llamadas de Washington de quien asumiría en 2008, Obama.
En este sentido, en el caso de Estados Unidos, la relación en el siglo XXI comenzó mal. Precisamente, con el ‘No a la Guerra de Irak’ de Chirac y Schröder. Más tarde, a la administración de Barack Obama pareció gustarle tanto el rumbo planteado por Alemania y Francia, que los consideró sus principales aliados. Este hecho significó una herida muy profunda en el mayor detractor de Europa: Reino Unido. El horizonte de Estados Unidos siempre habían sido los valores anglosajones, donde las duplas Reagan – Thatcher o Clinton/Bush Hijo – Blair habían tenido un enorme entendimiento. Sin embargo, Obama prefirió al continente antes que la Isla, lo que significó que ante la falta de atención y la estrecha amistad entre Washington, París y Berlín, los corsarios se fueron a navegar los mares a buscar nuevos puertos donde fueran bien recibidos (en realidad, los barcos todavía no salieron del Dock End, el puerto de Londres).
El resquebrajamiento
Más allá de todas las consideraciones realizadas respecto a los otros actores que históricamente han buscado moldear a Europa, el siglo XXI trajo un problema sin precedentes desde la Segunda Posguerra: un notorio desacople entre Francia y Alemania. En el momento más ambicioso de la Unión Europea, donde habían enormes avances no solo en la ampliación de sus miembros, sino también en la profundidad de la integración, el eje franco – alemán, el auténtico corazón del modelo europeo comenzó a resquebrajarse. Esto no se dio por un conflicto entre ambos países, sino por un aumento cada vez más notorio entre la economía gala y la germana. El detonante definitivo del resquebrajamiento de este esquema llegó en 2008, con la crisis financiera. En todo este contexto, Francia siguió estando presente, aunque sin el mismo dinamismo y vigor que la caracteriza, incapaz de poder tomar medidas acordes. Así, el verdadero espíritu de la Unión, aquel basado en un liderazgo junto a Alemania, dejó de tener ese bello tinte francés, para tener una impronta alemana, la cual, producto de los momentos de crisis a inicios de la segunda década, se basó en la más rigurosa cultura germana, donde la austeridad y el compromiso son principios sumamente requeridos y respetados.
¿El resurgimiento de Francia?
Nuevos aires llegaron al Palacio del Eliseo en 2017, tras la victoria de Emmanuel Macron. El joven líder francés, de impronta socioliberal, buscó revitalizar la política de Francia, tras años de estancamiento y ser víctima sistemática de atentados terroristas con el socialista Hollande. Macron comenzó a plantear una nueva agenda, basada en una refundación de la UE, y anclada en las problemáticas del siglo XXI, siendo el cuidado del ambiente su bandera insignia.
Sin embargo, el mayor freno a sus iniciativas vino de su par, Berlín. Lo curioso es que si bien la Alemania de Merkel promovía los mismos principios, lo hacía de otra manera, sin el lenguaje político y descontracturado del francés; abordando las problemáticas del siglo XXI con miradas y estrategias más estructuradas. Así, la flexibilización propuesta por Macron se topó con la rigidez de Merkel. Dos liderazgos que si bien proponían prácticamente lo mismo, estaban hablando con códigos distintos, un problema que podríamos decir que es generacional.
2020, nueva década: ¿cambió algo?
Este año, la pandemia hizo sentir que Alemania estaba cambiando su postura. Aprendiendo de sus errores, de que una Europa tan disciplinada, sobre todo en materia fiscal, es complicada de llevar adelante, Berlín cedió su postura y entendió que para avanzar hay que ser más flexible.
En el contexto de la pandemia, en tan solo un mes, Alemania pasó de rechazar a ultranza la mutualización de la deuda europea (cuestión que Francia si defendía), a entender que la solución era no solo eso, sino que consolidar un Fondo de Recuperación Económica. En los mismos días de abril, Merkel y su Ministro de Finanzas se mostraron sonrientes por quebrar el sacrosanto superávit fiscal y promover, en el plano doméstico, un enorme shock económico, el cual luego se extendió para toda la Unión.
Más adelante, en junio, los Ministros de Economía de Alemania y Francia, Peter Altmeier y Bruno Le Maire, anunciaron un proyecto sumamente ambicioso: la construcción de una plataforma digital, para alcanzar la soberanía en la nube de datos. Puede resultar un hecho minúsculo, pero es enorme para el mundo que se viene, y Francia y Alemania estuvieron a la par en su diseño.
Como conclusión, el eje franco – alemán ha servido como estrategia hábil y exitosa para liderar el proceso europeo, con una visión en el plano económico, político y con un cargado contenido ideológico basado en el liberalismo republicano. De cara al nuevo orden geopolítico internacional, la relevancia y unión de este eje resulta imprescindible en el nuevo escenario post pandemia, al ser el garante mundial de aquellos valores tan amenazados en nuestros días y el defensor de un mundo más justo y sustentable. A París y Berlín lo necesitan sus ciudadanos, la Unión Europea y el mundo.