La autocrítica es sobre uno
✍️ Por Lautaro Fernández Elem
La reconstrucción del peronismo necesita como mínimo dos cosas: al peronismo y algo que reconstruir.
El debate acerca de qué es el peronismo no es menester de esta alocución. Sí lo es encontrar condiciones previas y potenciales prontos para la reconfiguración del espacio, no por haber fenecido, pero sí evidentemente haber perdido buena parte de su capacidad motorizadora y canalizadora de la voluntad popular hacia las transformaciones necesarias.
La orfandad dirigencial ostensible es una a de las sensaciones más reiteradas entre la militancia y la periferia política del peronismo. Los liderazgos raleados en la práctica efectiva de Cristina Fernández de Kirchner, de Sergio Massa por su lejanía a los orígenes peronistas o su cultura liberal (y por la derrota electoral), de Alberto Fernández por su falta de voluntad política o “empuje” hablando del gran plano presidencial. La continuidad amorfa de las conducciones estatales y las renovaciones juveniles que no transformaron las formas de hacer política que se venían transitando y que ya habían sido fuertemente puestas en cuestión durante el tránsito del macrismo.
Por su parte, la militancia popular ha visto contraído su despliegue territorial. Partiendo de una altísima base de “calle” en el pueblo argentino entre 2013 y 2015, con unidades básicas, locales, talleres, clubes abiertos al barrio en la motorización de políticas públicas y de campañas electorales locales o nacionales, ese camino fue castigado por el macrismo, llevando a las organizaciones sindicales y sociales a ser las protagonistas del 2016 pero con el objetivo de defender los puestos de trabajo, distintos derechos adquiridos y al mismo tiempo intentar configurar una relativa agenda de futuro.
El avance de la gestión de Mauricio Macri con el deterioro de la economía y con distintos hitos también simbólicos como el retorno al Fondo Monetario Internacional, movilizaron nuevamente a distintos actores para su rechazo, lo cual fue reconfigurando los espacios para coordinar acciones políticas que redundaban en la cohesión y la dinámica territorial.
El gran acuerdo de las organizaciones populares, reuniendo en San Cayetano a los espacios que más y mejor representaban a los sectores humildes, el camino de unidad trazado por la Confederación General del Trabajo hacia acuerdos y enormes movilizaciones contra el gobierno fueron derivando en la normalización de regionales de todo el país y en la re unión de sectores absolutamente divididos.
La reaparición de Alberto Fernández en 2017 de la mano de Florencio Randazzo echó luz sobre dos líneas que terminaron por hacerlo presidente: que Cristina no podía ganar -ni conducir- sola, y que se necesitaba de alguien que pudiera tender puentes con todos los sectores y poner lineamientos generales de gobierno sobre los cuales avanzar.
El último gran acuerdo fue el arribo de Sergio Massa a la coalición, con un capital simbólico importante luego de su 20% en 2015 y con una estructura política fuerte que ya estaba trabajando en el Congreso Nacional y en Provincia de Buenos Aires.
El peronismo encontró en el macrismo un enemigo aglutinador, pero fundamentalmente, y no exento de fuertes debates y pases de factura, estuvo en los trabajadores organizados la capacidad de aliar a sus pares distanciados.
Volvamos al inicio.
La inesperada y mortífera pandemia del COVID19 paralizó a la militancia -y a todo lo existente- de manera inevitable. Ni las redes sociales ni los balcones reemplazaron las instancias de contacto de los cuadros con su militancia y de ellos con su periferia. De hecho, se establecieron lazos antes bastante delgados entre cuadros y periferia que tuvieron connotaciones positivas pero otras no tanto.
La capacidad tecnológica de entablar contacto entre cuadros dirigentes y cualquier persona de cualquier ámbito relativamente cercano a la causa, relegó ciertos roles del militante. No sólo hablamos de la masificación del mensaje, lo cual permitió, por ejemplo, que Javier Milei establezca un vínculo sin intermediario alguno entre su propia persona y sus votantes, sino que además corrió a la militancia de su necesaria tarea de conocer y organizar los problemas de su realidad y sus compañeros para conceptualizarlo, trabajarlo y -de ser posible- resolverlo en ámbitos orgánicos, y, a su vez, forzó a una discusión en registros distintos entre periferia y cuadros dirigentes.
Esto quizás mejoró la visión de la realidad relativa de aquellos que tienen la responsabilidad de conducir a su conjunto, pero no brindó mejores condiciones de referencia política para con sus “representados”. Se perdió la polea necesaria de la militancia en la vida política del movimiento. Los debates se achataron en contenido por la brevedad y superficialidad de los canales transmisores y por la falta de implementación de los debates complejos en la práctica territorial efectiva.
La militancia política (partidos y organizaciones políticas, agrupaciones, etc.) y la militancia reivindicativa (gremios, organizaciones sociales, militancia deportiva, etc.) empezó a coincidir en menos canales. Los primeros por la pérdida de ámbitos territoriales de contacto con la realidad y los últimos por la pérdida de ámbitos de debate político que tuvieran siquiera un pequeño reconocimiento desde las estructuras de decisión generales.
La crisis de la militancia política se puede analizar como consecuencia, pero también creo como causa de la evidente crisis de representación del movimiento, sobre la cual se han derramado ríos de tinta.
Aquellos que han quedado en pie y que aún sostienen su rol y su representatividad son las dirigencias intermedias, la militancia con “cosas a cargo” que aún tienen en su responsabilidad el secretariado de un sindicato, regional o nacional, las organizaciones de mediano porte, los funcionarios de cargos ejecutivos de medio y bajo, entre otros. Es decir, quienes pueden afectar parcialmente la realidad conduciendo gente y recursos.
Sobre ellos recae hoy gracias a la “legitimidad” de su no protagonismo público en las decisiones erradas de la derrota y en su coherencia en la trayectoria que los ha depositado en sus lugares actuales.
Hoy quien puede conducir es quien puede Hacer.
Es sobre estas poleas prácticas, pero también conceptuales de la militancia sobre las cuales comienza el impulso nuevamente. La convocatoria y la organización de una movilización, el trabajo sindical de defensa puntual de los laburantes, la organización para la asistencia comunitaria en territorio, son de hecho los espacios de debate político. La crisis de la militancia político ideológica, abre el camino para el trabajo militante.
La transición que no se detuvo desde 2016 de los militantes “de orga” a la militancia reivindicativa, fortalece y “politiza” las organizaciones gremiales y les confiere a las organizaciones ideológica el rol de terminal superestructural: “Soy de La Cámpora, pero mi militancia es en el sindicato”. “Soy del Evita, pero mi territorio es en la cooperativa”. Son justamente las conducciones de estas superestructuras, las que hoy no brindan respuestas. Y es por eso que en ese sindicato y esa cooperativa están una vez más los cimientos de la reconstrucción del peronismo y su proyecto de país.