Se prende fuego mi pelo, mi piano, mis discos, la ropa y el perro
- Autores: Agustin Böhm, Ignacio Baud.
- Colaboradores: Nahuel Llido, Facundo Ceballos
Tiempo de lectura: 10min
En estos días han retumbado en los titulares de los medios el humo que intoxica a la ciudad, pero ese problema lavado de toda profundidad, no revela el fondo de la cuestión. Como dice el dicho, una imagen vale más que mil palabras, y ese color naranja ardiente que proviene del Delta del Paraná y el humo que emana desde sus tripas, nos muestra que la obsesión por acumular riquezas que este sistema voraz necesita, está destruyendo cada vez más aceleradamente nuestro planeta y nuestra salud.
Este ecocidio cada vez penetra más hondo en las venas de nuestra América Latina. Esta no es la primera ni la última vez, nos atrevemos a decir, que en la ciudad de Rosario se despliegan estas imágenes.Y nos deja ver que, si no hay un cambio, la hermosa región de litoral argentino no podrá revertir tanto daño hecho por -como los llaman algunos- “Los dueños del Fuego”. Estos sectores de la élite económica de nuestro país nos muestran que especular es su fetiche, porque además del ya tradicional uso ganadero al que se destinan esas tierras, ahora buscan convertirlas en potenciales emprendimientos inmobiliarios de tipo “country” al mejor estilo Nordelta.
En este contexto en que la crisis social y ecológica empieza a hacerse más visible, y a pesar de que una parte de la sociedad y la comunidad científica vienen anunciando esta degradación durante más de 50 años, no se pudo hacer la suficiente fuerza para contrarrestar a los lobbistas de los sectores concentrados de la economía, ya que su influencia suele ser más seductora para las patas del poder político, judicial y mediático.
La justicia federal entrerriana, teniendo a disposición las informaciones correspondientes a la propiedad de estos terrenos, poco y nada hace para identificar y sancionar a los responsables directos o intelectuales de estos crímenes contra el Ambiente. Por otro lado, en los diferentes poderes ejecutivos, vemos ministros que son incompetentes para la función, intendentes que se limitan a reclamar por Twitter, y respuestas lentas e ineficientes cuando se avivan las llamas (y sin desmerecer a los brigadistas que se la juegan con los pocos recursos que les brindan).
¿Luz verde para el proyecto de la Ley de Humedales?
Anteriormente hablamos de los incendios que están sucediendo en el Delta de Paraná y de los efectos que pueden tener si esto no se detiene pronto. El Delta del Paraná es uno de los humedales más importantes del mundo, estos son ambientes que proveen agua dulce, alimentos, materiales de construcción, plantas medicinales, leña, y que capturan más carbono que los bosques (por lo que contribuyen a mitigar el cambio climático). Regulan el ciclo hidrológico evitando inundaciones, aportan agua dulce en época de sequía, y son excelentes depuradores de las aguas.
Además de la actividad turística y recreativa que se puede realizar en ellos. La mayoría de estos “servicios ecosistémicos” no pueden reemplazarse por ningún tipo de tecnología. Quizás sí el servicio puntual que una persona aprovecha (se puede sustituir alimento natural por alimentos procesados), pero no el que cumple para el resto de los seres vivos del ecosistema, que necesitamos.
En la Argentina y muchos países del mundo existe un grave problema con el acceso al agua potable, el cual es un derecho humano fundamental indispensable para el desarrollo de la vida. Sobre todo si hablamos de barrios populares. Según el Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBaP), existen más 5.000 barrios censados hasta el momento, donde viven más de 1.000.000 de familias. El 95% de estas familias no tiene acceso seguro al agua potable. Hoy en día esto constituye una tragedia humanitaria y ambiental. Si con la cantidad de agua disponible actual no podemos solucionar esta situación, mucho menos vamos a poder hacerlo si se siguen destruyendo sus reservorios de agua y por ende disminuyendo la cantidad disponible.
En este sentido, proteger los reservorios de agua es también avanzar en la construcción de soberanía nacional. El agua, como recurso fundamental para la vida, es sumamente escasa. Del agua disponible a nivel mundial, solo el 2,5% es dulce. De ese porcentaje, el 69% se encuentra en glaciares, el 30% en agua subterránea y casi el 1% es fácilmente disponible como agua superficial o en la atmósfera. Argentina, entre glaciares y humedales, constituye el 5% de la reserva mundial de agua dulce, siendo una de las principales reservas de agua.
Otro aspecto importante para analizar esta cuestión es desde el ordenamiento territorial, ya que el 20% del territorio nacional está compuesto por humedales. Mientras que el 60% es terreno árido o semiárido. Es decir, el 20% del territorio más fértil del país se está destruyendo sin ningún tipo de planificación que permita un uso razonable y sustentable. Las principales víctimas de este mal uso son comunidades indígenas, pequeños productores rurales, PyMEs, trabajadores y trabajadoras de la economía popular. En sintonía con la idea de soberanía nacional, poder administrar nuestro territorio es avanzar en ese sentido.
Por último, existen miles de ciudadanos en lo profundo de nuestro país que hacen un trabajo incansable para combatir esta mala gestión de los ecosistemas y proteger sus pueblos, familias o fuentes de trabajo. Bomberos/as voluntarios/as, pueblos indígenas, militantes socio ambientales, activistas, vecinos/as de pueblos cercanos a estos ecosistemas son ejemplos de personas que dedican gran parte de su tiempo a tareas como: cría y cuidado de animales, reforestación de plantas nativas, control de grandes cultivos sobre su avance, investigación y generación de información, turismo sustentable, recuperación de saberes originarios, armado de cortafuegos, combate y control de incendios, charlas de prevención y educación ambiental, entre miles más. Todas tareas de cuidado ambiental que son trabajo, y que necesitan ser reconocidas como tal.
Por todas estas razones, entendemos que lograr la sanción de la Ley de Humedales en Argentina es un instrumento indispensable para avanzar hacia una transición socio-ecológica que contribuya a la justicia social y ambiental, a la soberanía nacional y a la independencia económica, como así también para seguir reconociendo formas alternativas al modo de vida extractivista y su matriz productiva que nos han condenado a la infelicidad del pueblo y la pequeñez de la patria.
Sin embargo, no es cualquier ley, sino que la Ley de Humedales fue construida por todos los sectores que empiezan a caminar a paso firme contra los sectores concentrados de la economía, entre los que se encuentra el campo socioambiental, movimientos sociales, algunos espacios del Estado y la comunidad científica.
Por medio de este proyecto (N° 75-D-2022), se establecen instrumentos y herramientas jurídicas claves para esta transición: En primer lugar, el Proyecto establece la incorporación de los humedales en el ordenamiento ambiental del territorio previsto en la Ley General de Ambiente (Ley 25.675), dotando a estos ecosistemas de mayor protección jurídica.
Asimismo, prohíbe toda intervención en los humedales sin la previa aprobación de la Evaluación de Impacto Ambiental, proceso que permite identificar, predecir, y mitigar los potenciales impactos en el ambiente en el corto, mediano y largo plazo. Además, el proyecto establece un uso racional y sostenible de los humedales, diseñando la planificación, los criterios de uso y el resguardo de la integridad ecológica de los humedales.
Finalmente, el proyecto de ley crea el Programa Nacional de Conservación de Humedales, con el objetivo de preservar estos ecosistemas de vital importancia, así como el Consejo Consultivo de Humedales y el Fondo Nacional de Humedales (FHN). Estos instrumentos jurídicos están orientados en su totalidad a brindar a los humedales de mayores niveles de protección jurídica, partiendo de la comprensión de la vital importancia que tienen estos ecosistemas.
Así es evidente que la dicotomía desarrollo vs ecologismo/ambientalismo es falsa. Y no es más que un discurso impulsado por las industrias extractivistas para seguir lucrando a costa de nuestro bienestar. Sancionar esta ley de humedales es recuperar la libertad y las atribuciones del Estado impulsando esquemas de cogobernanza. Donde las organizaciones libres del pueblo tengan participación ciudadana efectiva y el Estado tenga instrumentos jurídicos que obliguen a tomar políticas de largo plazo y ejercer su capacidad de coordinación y control tanto de empresas como organizaciones para un verdadero desarrollo.
Las cenizas que se vuelven llamas de ilusión.
Como dice Francisco, estamos viviendo un cambio de época como nunca antes se ha visto. La irrupción de los feminismos, las economías emergentes y los ambientalismos han puesto en cuestionamiento el sistema en el que vivimos, alertando sobre una serie de limitaciones estructurales, tanto en el modelo de desarrollo y organización socioeconómica actual, como en su capacidad para dar respuesta a viejas y nuevas problemáticas. Entre ellas se encuentran la crisis del empleo asalariado, el deterioro en la salud mental, la falta de acceso a un hábitat saludable; la sobrepoblación de centros urbanos por la concentración en la propiedad de la tierra, la desigualdad social, y la propia sostenibilidad de la vida en el planeta.
Esto empieza a calar cada vez más profundo, porque ni el mercado ni los Estados nación han podido, ni querido, dar respuestas de fondo a estas problemáticas señaladas. Los mercados, porque muchas de las soluciones de fondo a esos problemas van en contra de una lógica de acumulación de la riqueza o de aumento de la producción de utilidades en el corto plazo. Y los Estados nación, por un lado, tienen la limitación real de no tener el poder económico y geopolítico suficiente para mediar con empresas transnacionales cuyos balances superan los PBI de varios países juntos y además pueden afectar economías primarizadas, como es la de nuestro país. Pero además, otro factor más subjetivo: reflejarse o auto-percibirse como un país de categoría “subdesarrollada”, vuelve necesario seguir con políticas extractivas y desarrollistas para llegar a vivir como se vive en un país “desarrollado”, y no da pie a la imaginación para dar respuestas innovadoras que resuelvan las necesidades de nuestro pueblo. Es decir, lo que se busca desde nuestros Estados nación, profundiza un modo de vida impuesto por los países occidentales del norte global, basado en la productividad individual en términos de generación de dinero para el consumo y la “felicidad garantizada”.
Además, ese modo de vida que algunos autores llaman “modo de vida imperial”, es estructuralmente dependiente de esa forma de producción y consumo. Y para poder implementarse en los Estados nación como los nuestros requiere de grandes transnacionales y procesos de extranjerización de los mercados propios; lo que se traduce en una pérdida de soberanía política e independencia económica, ya que son los mismos grupos concentrados quienes terminan tomando el control de las cadenas de suministro, los precios de venta, la oferta, etc. Además, estas transnacionales cuentan muchas veces con el apoyo político de los Estados nación donde tienen su casa matriz y con el poder de lobby suficiente como para incidir en organismos internacionales.
Finalmente, es físicamente imposible garantizar ese modo de vida imperial a toda la humanidad: si hoy quisiéramos garantizar el modo de vida de EEUU a toda la población mundial, se necesitarían más de 5 planetas para poder abastecer y disponer los recursos consumidos y residuos generados. Si se quisiera replicar el modo de vida alemán, se necesitarían casi 3 planetas. No es únicamente una discusión ética o de gustos sobre cuál modo de vida se prefiere, sino que directamente el actual es insostenible.
“El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia. Y así, mientras llega a la luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos teóricos fabulosos, mata el oxígeno que respira, el agua que bebe, y el suelo que le da de comer y eleva la temperatura permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez, mata el mar que podía servirle de última base de sustentación.”
Juan Domingo Perón. “Mensaje ambiental a los Pueblos y Gobiernos del mundo”. 1972