La soberanía alimentaria como respuesta estratégica a la inseguridad alimentaria
Por María Eugenia Sétula
Desde 1816, con la declaración de independencia que hizo de este país un Estado independiente, se ha trabajado en la construcción y fortalecimiento de sus elementos como los conocemos en la actualidad: un territorio determinado, una población asentada en ese territorio, un gobierno o autoridad común que rige dentro del mismo, y el elemento global por excelencia, que es la soberanía. Ya en 1945 la igualdad soberana entre los Estados se reconocía como principio de la Carta de Naciones Unidas, en su Artículo 2. De esta forma, se consolidaba un sistema de Estados ‘’iguales y soberanos’’, que tendrían jurisdicción plena al interior de sus territorios para determinar sus propias reglas de juego.
A pesar de ello, el concepto de soberanía como ha sido entendido desde el siglo XIX, se ha ido erosionando a partir del creciente movimiento global de bienes, servicios, capitales y personas, que comenzó con la nueva era de la globalización en 1990. Con avances y retrocesos, la globalización y el capitalismo han avanzado en sus interconexiones, y de la mano del desarrollo económico y el consiguiente crecimiento de empresas transnacionales, se ha generado una verdadera acumulación de poder en grandes empresas oligopólicas que controlan nuestro sistema agroalimentario en la actualidad.
Numerosos actores a nivel nacional e internacional identifican a la soberanía alimentaria como una estrategia que mejoraría notablemente las continuas crisis que sufrimos como sociedad, que parecen no dar tregua más allá de las estrategias de intervención de los Estados nacionales y subnacionales en sus territorios. Entre ellas se pueden destacar el crecimiento poblacional, los desastres ambientales relacionados al cambio climático y el aumento en las emisiones de gases de efecto invernadero, los problemas de salud relacionados al mal uso de pesticidas, herbicidas y otras tecnologías existentes, la pobreza y la malnutrición, y las desigualdades socioeconómicas, nos obligan a considerar todas las soluciones posibles. Además, la temática se articula directamente con el uso de nuestros recursos, el cual debe repensarse ante la actual crisis de producción que, ya se ha diagnosticado, no es sostenible a largo plazo, principalmente en el uso intensivo de la tierra y el agua, cada vez más escasos en el mundo. Pero ¿es posible modificar un sistema productivo del cual dependemos ampliamente como país agroexportador?
Este sistema fue desarrollado en base a sostener los principios del liberalismo económico, permitiendo el control de la producción y la venta mediante grandes oligopolios y favoreciendo la búsqueda de mayores márgenes de rentabilidad. Así, derecho humano y mercancía para la venta y consumo se entrelazan en este enfoque.
Desde 1996 en la Cumbre Mundial de Alimentación, organizada por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), con representantes de más de 185 países y la Comunidad Europea, se comenzó a debatir acerca de la erradicación del hambre. Allí se plantearon tanto el concepto de seguridad alimentaria, el cual utiliza el sistema de Naciones Unidas, como el concepto de soberanía alimentaria, que fue introducido por el Movimiento Vía Campesina en esa misma Cumbre. Ambos paradigmas existen en la actualidad, pero el alcance de la soberanía alimentaria implicaría cambios revolucionarios en la forma de producir en nuestro territorio.
En este sentido, la FAO acciona desde ese año bajo el paradigma de la seguridad alimentaria, entendida como ‘’el acceso regular a suficientes alimentos seguros y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y una vida activa y saludable’’. Bajo esa perspectiva fueron diseñados por Naciones Unidas los Objetivos de Desarrollo del Milenio (2000- 2015) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015- 2030), y en ambos se planificaron acciones y metas para erradicar el hambre, la malnutrición y la inseguridad alimentaria. Lo que ocurre es que más allá de los esfuerzos realizados, el último informe diagnostica nuevamente que será difícil llegar a las metas proyectadas. Al año 2020, existen 2000 millones de personas que no tienen acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos. Muchas personas en el mundo sufren hambre por no poder pagar los costos de sus alimentos. Este número asciende a 3000 millones de personas si nos referimos a acceder a una dieta saludable, aunque esta fuera la más barata del mercado.
Un segundo paradigma, el de Vía Campesina, nace con un movimiento de más de 3 millones de campesinos a nivel global que velan por la Soberanía Alimentaria como ‘’el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas alimentarias que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias, reclamando la alimentación como un derecho’’. Esta perspectiva es apoyada por numerosas organizaciones, como son la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños Productores y Trabajadores de Comercio Justo (CLAC), la Unión de Trabajadores de la Tierra, el Movimiento Vía campesina, entre muchas otras organizaciones populares (como el Movimiento de Campesinos sin Tierras) y universidades (por ejemplo, en 35 Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria, como la de la FAUBA donde participa la notable nutricionista Miryam Gorban).
Aunque en Argentina esta cuestión pueda despertar tensiones relacionadas al histórico clivaje campo-ciudad, es importante destacar las bondades que trae para resolver las problemáticas y los factores condicionantes que hoy nos alejan de lograr un mayor desarrollo económico y social en nuestro país. Teniendo en cuenta que, según la UCA, en la actualidad la tasa de indigencia es de 13,6% y la tasa de pobreza de 47,2%, estos datos nos llevan a pensar en un interrogante que se repite a pesar de que los años pasan en nuestro país, ¿Cómo es posible que un país como el nuestro, tan rico en recursos, tenga estos niveles de desigualdad y pobreza?
Este tema cobra especial interés en América Latina, ya que la región posee economías basadas en la explotación y exportación de materias primas, relacionadas con fenómenos como el extractivismo y el neocolonialismo. Incluso una producción como la nuestra, basada en grandes extensiones de tierra, nos hace pensar en que sería al menos difícil lograr una producción alimentaria exclusivamente basada en la soberanía alimentaria, muchas veces ligada a la agroecología en explotaciones de pequeños y medianos campesinos. Más allá de eso, algunos datos sobre el último diagnóstico de la FAO hacen que la soberanía alimentaria cobre especial interés: el 80% de la población rural mundial sufre pobreza extrema, lo cual da cuenta de un necesario desarrollo que debe darse de la mano del empoderamiento del productor. Sumado a ello, casi 690 millones de personas en el mundo pasaron hambre en 2019. Si esta tendencia se mantiene, se calcula que en 2030 más de 840 millones de personas padecerán hambre crónica. Con el agravante de que pandemia del COVID-19 podría sumar otros 100 millones de personas o más a esta preocupante cifra.
Ante esta situación, la organización está enfatizando cada vez más que para poder lograr un mundo libre del hambre y la malnutrición para 2030 (ODS 2), los países deben transformar los sistemas alimentarios y aumentar la asequibilidad (que se puedan adquirir a un precio moderado) de las dietas saludables. Además, en el informe se agrega que este cambio traería enormes efectos positivos, reduciendo los costos sanitarios y los costos del cambio climático.
Es evidente que se necesitan mejoras urgentes en el sistema productivo agroalimentario. La pregunta es si será posible conciliar la estrategia de la soberanía alimentaria con la de la seguridad alimentaria, buscando priorizar la salud y el desarrollo por sobre la rentabilidad. Es momento de redoblar esfuerzos como ciudadanos y consumidores para mejorar como sociedad, buscando avances sociales que nos lleven a la satisfacción de derechos humanos por excelencia, como son el derecho a una vida digna y a una alimentación saludable.
Para más información:
En esta nota de Darío Aranda, se especifican los efectos adversos del modo de producción hegemónico actual: https://www.pagina12.com.ar/249247-un-modelo-agropecuario-toxico
En este video, https://youtu.be/u2ozNkJC8BA Miryam Gorban habla sobre la agroecología y sistema alimentario.
Este video, realizado por Aitor Sánchez García: https://www.youtube.com/watch?v=BfF_I5OAL0Y&ab_channel=TEDxTalks (hay muchos en Tedx) habla de la cultura alimentaria de nuestra civilización actual.